19/7/16

TENER Y NO TENER


Hay programas que son buenos por lo que tienen y hay programas que son buenos por lo que no tienen. “Saber y ganar” pertenece a esta segunda categoría. Son muchas las virtudes del clásico concurso de La 2, y todas las que me vienen a la cabeza están más relacionadas con ausencias que con presencias: “Saber y ganar” no tiene fanfarrias chillonas, no tiene presentadores insoportables que necesitan caer bien a los espectadores desde el primer segundo del primer programa. “Saber y ganar” no tiene secciones patrocinadas por yogures ni por compañías de telefonía móvil, ni cámaras que se mueven haciendo vueltas de campana vertiginosas, no tiene un plató decorado en tonos azules con luces azules que enfocan al presentador que viste un traje azul, no tiene dinámicas caprichosas y extravagantes, no tiene azafatos ni azafatas, no está inflado para que dure el cuádruple de lo que debería dudar, no tiene interrupciones publicitarias ni explícitas ni implícitas. “Saber y ganar” -oh, gracias, Dios de los concursos televisivos- no tiene concursantes seleccionados por su espontaneidad ante las cámaras o por su fotogenia, ni se les entrevista previamente para que aseguren que para ellos participar en este programa supone cumplir el mayor sueño de sus vidas, no se les graba en sus domicilios. Los familiares de los concursantes en “Saber y ganar” no están en una sala anexa viendo todo lo que sucede en un monitor y dando ánimo a los participantes. No tiene famosos. No tiene público en gradas que grita y se sorprende. No tiene premios en metálico obscenamente elevados.

Y entre todas las cosas que “Saber y ganar” no tiene, ¿saben ustedes cuál es la que afortunadamente menos tiene? Pues el concurso de Jordi Hurtado -me acabo de dar cuenta de que la columna está a punto de acabar y aún no había nombrado a Hurtado- no tiene la menor necesidad de ser trending topic. Y aun así, el día que les apetece se ponen todos a bailar una canción de New Kids on the Block y lo petan en las redes sociales, como ocurrió hace cuatro días. Benditos sean.

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