29/3/17

AUSCHWITZ Y LOS ORGASMOS

En la película “Barbarella”, el doctor Duran-Duran, un sabio loco que inventó una máquina que mata provocando orgasmos, dice a la Venus del espacio interpretada por Jane Fonda que le hará cosas (cosas malas, se entiende) que están más allá de toda filosofía. La amenaza de Duran-Duran tiene gracia, pero tiene menos gracia si, como me ocurrió a mí, se presenta sin avisar mientras vemos “El hijo de Saúl” (Movistar+), la aterradora película de László Nemes que muestra las tripas de Holocausto de una forma tan realista y precisa, sin regodearse en la pornografía del horror, que es imposible levantarse del sofá sin concluir que el malvado Duran-Duran no llega ni a los tacones de los médicos nazis con bata blanca que trabajaban en Auschwitz. Como dice la filósofa Susan Neiman, los nazis produjeron más mal, con menos maldad, de cuanto hasta entonces había conocido la civilización. El mal de Auschwitz en un mal rutinario, burocrático, industrial, humeante; un mal que no necesita malvados teatrales como Duran-Duran o como los malos que se enfrentan a James Bond. A pesar de lo que dice el sabio loco de “Barbarella”, la filosofía tiene armas para enfrentarse a Duran-Duran, pero está desarmada ante el horror industrial de los pasillos de las cámaras de gas de Auschwitz, el acarreo de cuerpos hasta los hornos crematorios y el traslado de las cenizas sobrantes al río.

El mal de “El hijo de Saúl”, y no el mal de una máquina que mata provocando orgasmos, está más allá de toda filosofía. El problema no es tanto el silencio de Dios ante el horror de Auschwitz, porque ya Baruch Spinoza dejó claro que Dios está libre de pasiones y no puede experimentar afecto alguno de alegría o tristeza, como el silencio de los hombres y el silencio de la filosofía. Estudiar a Platón, a santo Tomás de Aquino o a Kant en los institutos está muy bien, pero no debemos permitir que el mal de Auschwitz esté más allá de toda filosofía. Nuestros jóvenes deben reflexionar acerca de si es conforme al deber que el mercader no cobre más caro a un comprador inexperto, como pensaba Kant, pero también deben ver “El hijo de Saúl” en clase de filosofía y entender las diferencias entre una cámara de gas y una máquina que mata con orgasmos.

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