11/3/18

SHOW


Antes de que existiera la televisión, ya existía la televisión y se llamaba “hipnosis”. Faltaban los rayos catódicos y las antenas en los tejados y las pantallas en los salones de las casas, pero desde finales del siglo XVIII ya se empezó a practicar la esencia de la televisión, que no tiene que ver con su dimensión técnica sino con su carácter de engaño compartido, de ceremonia de seducción teatral tanto más verdadera cuanto más implícitamente sepan los participantes que todo lo que está ocurriendo es falso. Porque todo, absolutamente todo lo que pudimos ver el pasado viernes en el “Hipnotízame” de Antena 3 fue un engaño. Manel Fuentes lo sabe. Jandro lo sabe. Todo, cada minuto, cada trance de Mariló Montero, cada cara que Inma del Moral ponía al ver a la gente desnuda -¿de verdad, Toussaint? ¿de verdad haces en el siglo XXI hipnosis mediante la que se finge estar viendo a la gente desnuda?-, cada aspaviento de Mario Vaquerizo era mentira, una mentira, sin embargo, completamente redimida por el deseo de todas las partes implicadas -la más importante, los espectadores- de hacer como que se la creen.

Y así, el hipnotizador hace como que no sabe que lo que está haciendo es falso. El hiptonizado hace como que no sabe que el hipnotizador hace como que no sabe que lo que está haciendo es falso. Hasta que finalmente el espectador hace como que no sabe que el hiptonizado hace como que no sabe que el hipnotizador hace como que no sabe que lo que está haciendo es falso. Los tres saben perfectamente lo que está sucediendo, pero se ajustan con exactitud a un guion que no por implícito está menos premeditado, acordado por hipnotizador, hipnotizado y espectador desde hace doscientos años. Fuentes y Jandro son profesionales. Saben que las ceremonias no se juzgan por ser verdaderas o falsas sino por ejecutarse bien o mal.

La hipnosis en televisión convierte a la televisión en metatelevisión. Fascinación. Sueño. Mentira. Catarsis. Cutrerío. Televisión cien por cien pura. Show.

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