5/6/19

QUEDA SITIO PARA LA ESPERANZA


Me cae usted bien, así que le regalaré una certeza: el humor bien entendido empieza por uno mismo. Hay otras versiones, como que la caridad, generosidad, cortesía o solidaridad bien entendidas comienzan por uno mismo. No las crea. Son tesis individualistas y autocomplacientes tan falsas, (porque hacen trampa retorciendo las palabras hasta cambiar su significado) como peligrosas (no me detengo, pero si quiere saber más, consulte cualquiera de las obras de usar y tirar que publica el filósofo Donald Trump en Twitter).

Cuando desembarcó en España “El club de la comedia”, parecía que ese programa era el mejor ejemplo de que el humor bien entendido empieza por uno mismo. El primer mandamiento de un monologuista para conectar con el público es tomarse a sí mismo como ejemplo de individuo patético y perdedor, es sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna con la misma sonrisa con la que sufre los dardos y golpes que él se lanza a sí mismo. Hasta que llegó el ‘roast’ a Comedy Central. Allí comprobamos que los participantes en “El roast de…” primero, y en “Roast battle” después, estaban dispuestos a someterse al escarnio público por la buena causa de echarse unas risas. Ese humor bien entendido parecía insuperable.

Hasta que llegó “El cielo puede esperar” a #0 de Movistar+. Que haya personas con tan gran sentido del humor que están dispuestas a asistir a su propio funeral para ver desde el limbo cómo los despellejan sus seres queridos nos reconcilia con la especie humana. Tenemos que soportar que se denuncie a quien bromea simulando sonarse con una bandera, y que se condene a quien hace un cartel humorístico con Ortega Cano, pero si Ana Belén se muere de risa ante la crueldad de que en su velatorio Víctor Manuel diga, cuando le preguntan por las próximas giras, “Ya he hablado con Rosalía, Wyoming espete que “Desafinaba como una perra”, y Edu Galán sentencie “Se nos ha ido la musa de la transición, la niña prodigio, la sonrisa del PC, y mírala, mírala, ahora la muerta de Alcalá”, entonces, amigo, disponemos de una nueva certeza: que no todo está perdido y aún queda sitio para la esperanza.

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