31/8/17

SILVIA JATO IS THE NEW MARILÓ


Silvia Jato tiene que dejar de ser la suplente veraniega de “La mañana” de La 1. La actual titular, María Casado, llega, hace correctamente su trabajo y se marcha. Un desperdicio. Con la de mañanas de gloria que nos brindó Mariló Montero hasta que dejó el programa para reencontrarse consigo misma, su propio ser o algo así. Pero ahora que Casado está de vacaciones, Jato aprovecha para apuntar maneras. No es Mariló y nunca lo será, aunque si se lo curra un poco más puede devolvernos la ilusión de ver de lo que es capaz un ser humano con una cámara y un micrófono. Sobre todo un micrófono.

Jato metió la pata la semana pasada tratando a una entrevistada musulmana con esa condescendencia propia del colonialismo. Quien aspire a ocupar el puesto de Mariló debe ser capaz de reavivar un incendio al intentar apagarlo, así que días después volvió a meterse en el jardín a mejorar el estropicio.

Paternalista, improvisó un curioso análisis sobre el Daesh: lo que quieren es “que los cristianos nos enfrentemos a los musulmanes”. ¿De verdad podemos seguir como si nada los ateos, agnósticos o pastafaris porque esto no va con nosotros? Flipo. Después aplicó la misma doctrina a las redes sociales críticas con su metedura de pata del otro día: “Quieren crear un conflicto entre los musulmanes y los cristianos”. ¡Las redes con el Daesh! Reflipo. Habló otra vez de la integración de los jóvenes de “segunda generación”, sin enterarse de que es una expresión discriminatoria en sí misma. Y volvió a ponerse ‘happy flower’ proclamando su solidaridad “con el pueblo musulmán”. Algo poco solidario porque los musulmanes profesarán una misma religión pero no forman un pueblo (mira el DRAE, Jato). Por eso la chica musulmana del otro día intentaba decir, pero no la dejaste hablar, que no forma un pueblo aparte, que es tan española como cualquier español. Cosas de la igualdad de un Estado que no está formado por cristianos viejos y musulmanes de segunda generación, sino por ciudadanos iguales donde nadie tiene por qué ponerse protector y paternal con nadie.

30/8/17

¿DÓNDE ESTÁ ROCKY BALBOA?


Creo que el primer (y último) combate de boxeo que vi en mi vida fue en 1975, y peleaban por el título mundial de los pesos superligeros el tailandés Muangsurin (al que todo el mundo en España llamaba “el chino”) y el español Perico Fernández. Ganó Muangsurin, un tipo que sonreía mientas recibía golpes y que, como dijo Perico, tenía una mirada que hipnotizaba y, además, una izquierda demoledora. Vale. Mi experiencia con el boxeo se reducía hasta ahora a ese combate, a unas cuantas películas (¨Más dura será la caída”, “Cuerpo y alma”, “Kid Galahad” “Toro salvaje”, “Rocky”, “Million Dolar Baby”) y a unos vagos recuerdos de Muhammad Ali bailando alrededor de George Foreman en Kinsasa, la capital del Zaire de Mobutu. Y, entonces, me encontré en Gol con el "combate del siglo" entre Mayweather y McGregor y, en vez de salir huyendo, me quedé mirando hasta que el árbitro paró la pelea en el décimo asalto y dio la victoria por K. O. técnico a Mayweather.

Muangsurin es un recuerdo de infancia, las películas ambientadas en el mundo del boxeo siempre tienen un aroma especial y Muhammad Ali fue algo más que un boxeador, pero el espectáculo que ofrecieron Mayweather y McGregor fue tan lamentable que a veces parecía un capítulo de los Simpson y casi siempre una parodia sobre los tópicos del boxeo escrita por un guionista con mucha prisa. Las pintas de los boxeadores, el T-Mobile Arena de Las Vegas, los famosetes incrustados entre el público, las bravuconadas de mal patio de colegio, los tipos con sobrepeso vestidos por el estilista de los gánsteres del “Bada Bing” propiedad de Silvio Dante en “Los Soprano”, la chicas que pasean con una sonrisa tan forzada como perfecta con el número del asalto, los asistentes abalanzándose sobre los boxeadores en cada descanso como si se tratara de una parada en boxes de un coche en una carrera de Fórmula 1, el estrafalario cinturón de campeón diseñado por un primo de Paco Clavel que se lleva el vencedor, el ambiente general robado de una secuencia descartada del combate de boxeo en “Ocean’s Eleven” (incluso me pareció ver a Terry Benedict en primera fila), las poses de malote que McGregor y las poses de estudiante de la ESO aburrido en clase de Matemáticas de Mayweather… Creí que nunca llegaría a decir esto, pero te echo de menos, Rocky Balboa.

29/8/17

NOVECIENTOS MIL DÓLARES Y USTED

Hoy les voy a hablar de una cadena, pero no de una cadena de televisión. Es una cadena peculiar, que tiene en uno de los extremos novecientos mil dólares y en el otro extremo le tiene a usted. ¿Le extraña? Siga leyendo. Recientemente se ha hecho pública la lista de los sueldos que cobran por cada capítulo los diversos actores de las principales series de televisión en Estados Unidos. En la cima de esa lista están los principales protagonistas de “The Big Bang Theory”: cada uno se mete al bolsillo novecientos mil dólares por cada episodio de veinte minutos. En medio, entre esos novecientos mil dólares que embolsa Kaley Couco y usted, hay guionistas, distribuidores, vendedores de camisetas que pagan derechos de autor por la iconografía de la serie, Twitter, directivos norteamericanos, directivos españoles, iluminadores, showrunners, fontaneros que arreglan las goteras que a veces se producen en los estudios, clubes de fans, dobladores, community managers y muchos muchos muuuuuuchos publicistas. Entre todos, y de forma complejísima, consiguen que se logre la conexión: usted ríe, Johnny Galecki cobra novecientos mil dólares.

Los actores de “Modern family” cobran quinientos mil dólares por capítulo. ¿Cuántas veces nos hace reír Phil Dunphy en un episodio de veinte minutos? ¿Cinco? La próxima vez que se ría piense que el actor Ty Burrell acaba de ganar cien mil dólares por decir esa frase, la misma cantidad que tarda cuatro años en ganar un trabajador medio en España. Decía Carl Sagan que para hacer una tarta de manzana era necesario que previamente existiera el universo; pues bien, para que el actor Jim Parsons gane ciento ochenta mil dólares cada vez que el físico teórico Sheldon Cooper dice una frase graciosa es necesario que previamente exista el universo y unos mamíferos muy raros que presentan la incomprensible conducta de reír. Y, sobre todo, es necesario que existan las salitas de casa, los sofás, el capitalismo y usted.

28/8/17

HOY USTED ES BRUCE WILLIS

Si no ve “Juego de tronos”, hoy, sencillamente, no es su día. Considere que tiene la jornada libre, enciérrese en su habitación y espere a que pase. ¿Para qué va a ir a tomar el café a su lugar de costumbre si hoy no se lo van a servir porque todos, clientes y camareros, están demasiado ocupados hablando del Rey de la Noche? Es inútil que quede con sus amigos para charlar; hoy ni siquiera van a mirarle a la cara, esa cara que proclama a los cuatro vientos que no sabe lo que ocurrió ayer con Jon Snow y Cersei Lannister. Puede alegrarse al ver que el supermercado está desierto de clientes, pero desengáñese, cuando llegue con el carrito hasta las cajas hoy nadie va a interrumpir sus fantasías sobre Desembarco del Rey para cobrarle.

En el primer borrador de “El sexto sentido” Bruce Willis no estaba muerto: Bruce Willis no veía “Juego de Tronos” y la acción transcurría al día siguiente de la finalización de la séptima temporada. Nadie le miraba, nadie le contestaba, nadie parecía notar que estaba ahí, hasta que finalmente se encontraba con el niño Haley Joel Osment que le confesaba con voz temblorosa que él tampoco veía “Juego de Tronos”. Pues bien, ayer HBO España y Movistar+ emitieron “El dragón y el lobo”, séptimo y último capítulo de la temporada actual de “Juego de Tronos”, y hoy usted es Bruce Willis en el primer borrador de “El sexto sentido”. Con una única diferencia: usted no va a encontrar hoy a ningún niño que no vea “Juego de Tronos”.

Vendrán otros días y las cosas volverán a la normalidad. La misma intensidad con la que hoy se celebra el capítulo de ayer se pondrá mañana en olvidarlo. ¿Recuerda todo el revuelo que causó “Westworld”, quién se acuerda hoy de “Westworld”? ¿Recuerda todo lo que se escribió sobre “True detective”, quién escribe hoy media línea sobre “True detective”? ¿Recuerda…? Un momento… ¿por qué no me contesta? ¿Es que nadie está leyendo esta columna? ¿No hay ni siquiera un lector que, como Bruce Willis y yo, no haya visto ayer “Juego de Tronos”?

27/8/17

REÍRSE DEL YIHADISMO


Es maravilloso poder reírse en medio de un informativo. No reírse en medio de “El intermedio” o de “Comedy Central News” –algo que no tiene mérito porque es inevitable–, sino reírse en un informativo hecho por sesudos periodistas en vez de por unos guionistas en estado de gracia que parodian el formato. Reírse en medio de noticias duras, noticias de verdad, noticias que te enseñan el lado más mierda de la actualidad. Reírse después de las últimas noticias sobre los atentados en Cataluña y justo antes de las de la guerra contra el Daesh. Reírse de las amenazas de un yihadista que pretende aterrorizarnos. Reírse con franqueza, sin doblez, con el estómago y el cerebro a la vez. Reírse al acabar el día y marcharse a la cama con una sonrisa más poderosa que mil bombas, más tranquilizadora que mil chalecos antibalas.

Lo consiguió “La 2 noticias” la noche del jueves. No se limitó a dar la noticia del yihadista español oriundo de Córdoba que lanzó un vídeo amenazante mientras subrayaba su bravata con el dedo índice como si estuviera en condiciones de dar lecciones de algo. Además, “La 2 noticias”, misericordioso, nos informó del pitorreo que se formó en las redes sociales con su imagen, sus gestos y sus palabras. De este modo, las imágenes iniciales de la amenaza fueron solo la pista de despegue hacia el descojono general. Concursante de “Pasapalabra”, anuncio de Donuts, rapero cantando el inicio de “El príncipe de Bel Air”, concursante de “First dates” que “tiene un imán para las mujeres”, seguidor de Rodolfo Chikilicuatre: “Uno, el brikindans”, yihadista wonderful: “Muy buenas, criaturitas de Alá, ¿cómo estáis?”, flipado pasado de vueltas: “Y como disia el profeta, ninguna cabra es fea por dondi mea (sura 32:11. Borradores)”.

El humor solo es humor, pero sabemos que a ellos les molesta. Podemos descojonarnos, partirnos el culo, desternillarnos, reírnos a mandíbula batiente, troncharnos, mondarnos, carcajearnos desaforadamente, descuajeringarnos, mearnos de risa. A por ellos.

26/8/17

CACAHUETES


Sí, sí, cacahuetes. Es lo único que faltó en la entrevista que hizo “La mañana” de La 1 a una chica: tirarle unos cacahuetes.

Puede parecer feo echar cacahuetes a una persona como si fuera una atracción de feria, pero habría sido perfecto. Así sería más evidente lo que ocurrió. En el plató, Silvia Jato, presentadora veraniega de “La mañana”, y varios acompañantes hablaban de la integración social de la comunidad musulmana en España. Todo de muy buen rollo, por supuesto. Para que el programa quedara chulo conectaron con una reportera que estaba acompañada por una mujer en la que se daban las inverosímiles circunstancias de ser a la vez española, descendiente de marroquíes, musulmana, joven y culta. Hay que ver qué gente más rara encuentras por ahí. Qué puntazo para La 1 sacarla en directo. Que se fastidie la competencia.

Desde el plató hacían preguntas paternalistas, condescendientes o simplemente faltosas. La chica intentaba explicarse, pero la interrumpían con comentarios paternalistas, condescendientes o simplemente faltosos. Jato veía que no estaba cómoda, así que, guay como es ella, volvió a interrumpirla –aumentando su incomodidad– para decirle que se calmara, que nadie la estaba atacando. Justo el tono paternalista, condescendiente o simplemente faltoso de toda la entrevista.

Si la reportera le hubiera tirado en ese momento unos cacahuetes a la joven, tal vez en el plató se habrían dado cuenta de la vergonzosa entrevista que estaban haciendo. Unos cacahuetes como símbolo de buena voluntad que remarcara la superioridad de quien los da sobre quien los recibe, la humillación de quien debe agacharse para recogerlos del suelo. Naturalmente, explicaron a la chica lo afortunada que era porque la entrevistaban para hacerle un favor. Conseguir que dé las gracias quien primero ha de doblar la cerviz es el final perfecto. Ahora falta ver si cuando hablen sobre la pobreza, en honor al “Plácido” de Luis García Berlanga, sientan un pobre a su mesa y, por fin, le echan cacahuetes.

25/8/17

PROFESIONES CONVERTIDAS EN BASURA


Tras haber convertido a la psicología en una profesión basura, propongo que “Sálvame” continúe con la serie y convierta a la medicina o a la abogacía o a la policía en profesiones basura. El pasado martes la psicóloga Paloma Ramón intervino en el contenedor naranja de residuos que es “Sálvame” para explicar la personalidad de Jesulín de Ubrique a partir de sus rasgos faciales. La frente estrecha del diestro indica su poca memoria, sus ojos hundidos demuestran una inteligencia justita, sus mofletes son prueba de una emocionalidad contenida. Sobre una imagen gigante del torero, la psicóloga fue describiendo la relación con sus padres, su deseo sexual, sus miedos ocultos, a medida que señalaba diferentes partes de su rostro.

Muy bien. Brillante este primer capítulo de “Profesiones convertidas en basura”. ¿Sobre qué tratará el segundo? Un médico que asegure que Jesulín padece diabetes de duodeno en la zona de la rabadilla, diagnosticada mediante los pelos del sobaco (del médico). Un abogado que jure que el matrimonio entre el ubriqueño y María José Campanario es inválido de iure porque la Constitución turca prohíbe la conyunda entre acuarios y sagitarios. Un morfopolicía que afirme sin temblores en la voz que la forma de las orejas del diestro siniestro le implica de forma concluyente en el contrabando de lavadoras en el Estrecho y la trata de secadoras. Bazofias. Delirios. Estupideces para espectadores decorticados que en el salvaje Oeste hubieran conseguido que el timador amaneciera al día siguiente colgado de algún árbol de las afueras.

“Sálvame” es un rey Midas inverso que convierte en mierda todo lo que toca. Es la prueba de que la telebasura es una enfermedad de transmisión visual más contagiosa que el ébola. No hay santuario sobre el que no vomite. Ayer fue la psicología, mañana serán los bomberos o los investigadores contra el cáncer. ¿Les caen bien los donantes de sangre? Dejen que “Sálvame” invite a uno de ellos y verán cómo todos nos convencemos de que son una panda de cretinos.

24/8/17

CALLAR CINCUENTA Y CINCO MINUTOS

(La columna de hoy carece de imagen intencionadamente.
No he querido usar una imagen del atentado en Barcelona
y me ha parecido frívolo colocar un retrato de Mozart.
Ruego que, aun así, se lea con igual interés)

Pocas maldiciones son más espantosas que estar obligado a hablar cuando no hay nada que decir. Cuando sería intolerable continuar con la programación televisiva normal, pero hay que seguir manteniendo su ritmo y agilidad. Cuando todo de lo que hay que informar se cuenta en un minuto, o en dos, o en veinte, pero hace falta rellenar con ese material una hora, o dos, o veinte. Cuando la minuciosidad de la información -prematura, confusa, ruidosa- obedece más al horror vacui del informativo que a la necesidad de que el ciudadano esté informado de la evolución de cada uno de los heridos o del menor detalle de la última operación policial.

No se puede no estar hablando de un tema del que no hay nada que decir, tal es la irresoluble paradoja a la que se enfrenta la Sexta. Es obligado que los tertulianos comenten una identidad del conductor de la furgoneta que se desmentirá dos horas más tarde. Es obligado opinar -y opinar sin parar durante horas- sin la reflexión que distingue al conocimiento de la retórica en piloto automático. No hay prueba más imposible de superar para los informativos de una cadena que gestionar un suceso como el atentado de Barcelona, no por la carencia de contenidos en sí, sino por la carencia de contenidos en relación al tiempo que obligatoriamente exige.

La brevedad no impide la intensidad del horror, incluso la agudiza. Mozart dedicó buena parte de 1791 a escribir su propio réquiem, finalmente inconcluso. Aunque depende del director, su interpretación viene a durar cincuenta y cinco minutos de reconocimiento y sobrecogimiento ante la muerte, en uno de los mayores logros artísticos de la historia universal. Cuando no se puede seguir adelante, y el horror sólo da de sí para llenar cinco minutos de cada hora, podemos callar y ocupar los cincuenta y cinco restantes con el Réquiem en Re menor de Mozart. Sería una muestra de información rigurosa y hondo respeto. Y repetirlo tantas veces como se han repetido bloques de cincuenta y cinco minutos de tópicos vanos a lo largo de esta semana.

23/8/17

TODO ES JAMES BOND


¿Acaso Movistar no ofrece canales sobre golf e incluso sobre la Fórmula 1, deportes que para muchos son tan entretenidos como las apariciones de Bran Stark en “Juego de tronos”? ¿Por qué no, entonces, un canal dedicado en exclusiva al divertidísimo James Bond? Del 25 de agosto al 10 de septiembre, Canal Movistar James Bond ofrecerá todas las películas protagonizadas por el agente 007, ese tipo que si juega al golf es para sacar de quicio al malo, si conduce rápido es para impresionar a una chica, y que si se encontrara con Bran Stark le dejaría plantado con sus visiones y sus ojos en blanco y se largaría al bar más cercano a tomarse un par de martinis con vodka mezclados, no agitados. El nuevo canal bondiano será la excusa perfecta para decidir de una vez por todas cuál es nuestra película de James Bond favorita, nuestro malo favorito, nuestro Bond favorito, nuestra canción favorita o nuestra chica favorita. Así que, en homenaje a James Bond y como agradecimiento por tantos años de diversión, ahí va mi peculiar selección bondiana.

Mejor película de James Bond: “En busca del arca perdida”, con Indiana Jones, ese Bond con látigo interpretado por Harrison Ford, zurrando a “Spectra” en versión nazi. Mejor malo de James Bond: Fu-Manchú, que le da mil vueltas al Dr. No y a su discutible gusto para el champán. Mejor actor de James Bond: David Niven en la paródica “Casino Royale”. Mejor canción de James Bond: tema principal de “Misión imposible”, de Lalo Schifrin, preferiblemente en la versión tarareada por Pachi Poncela y Jorge Alonso. Mejor chica de James Bond: la inigualable, preciosa, elegantísima e inteligente Joanna Leiningen interpretada por Eleanor Parker en “Cuando ruge la marabunta”. Mejor viaje exótico de James Bond: Hércules, ese Bond semidivino interpretado por Steve Reeves,  bajo el poder de Onfalia en el reino de Lidia de “Hércules encadenado”. Mejor secuencia inicial de James Bond: el detective Scottie, ese Bond hitchcockiano con miedo a las alturas interpretado por James Stewart, persiguiendo al malo por los tejados de San Francisco en “Vértigo”. Mejor vestuario de James Bond: el esmoquin blanco de Rick Blaine, ese Bond de nacionalidad “borracho” interpretado por Humphrey Bogart, en la inmortal “Casablanca. Mejor persecución de James Bond: Frank Bullit, ese James Bond parco en palabras interpretado por Steve McQueen, conduciendo su Ford Mustang  GT-390 de color verde en “Bullit”. Mejor artilugio tecnológico de James Bond: la vara de Moisés, ese Bond elegido por Dios interpretado por Charlton Heston, en “Los Diez mandamientos”.

Gracias por todo, James Bond. Es estupendo no tener que tomarte en serio.

22/8/17

EL MANDO, A DISTANCIA


Le propongo un experimento científico tan fresco y ligerito como la ligerita y fresca tele veraniega. Intentaremos responder esta pregunta: ¿a qué distancia nos permite separarnos de la tele el mando a distancia? Tal y como dicen los gilipollas cuando pierden el premio que han ido a ganar a los concursos de la tele, hemos venido aquí a jugar y divertirnos. Así que nuestra investigación será inexacta y carente de rigor. Que no se entere Sheldon Cooper.

A metro y medio, el mando a distancia funciona: aprietas un botón y se enciende la tele. Das un paso atrás y funciona: das a un botón y cambia de cadena. Sigues dando pasos atrás y aparecen las primeras dificultades. Y las correspondientes conductas supersticiosas: es mejor si antes sacudes el mando, si guiñas un ojo mirando al piloto led del televisor, si giras las pilas dos vueltas y media, si aprietas el botón fuerte con la uña y sueltas de repente, si cuentas hasta diez antes de apretar, si dejas la mente en blanco para que tus ondas no interfieran, si atiendes al Feng shui, si deseas que el universo conspire a tu favor, si alineas tus chacras, e incluso, en una mala, si tiras el mando con mala hostia a ver si le das a la tele justo en el botón correspondiente. El caso es que cada vez estás más y más lejos. ¿Funcionará si desde el pasillo apuntas al espejo del salón en el que ves reflejada la tele? Coño, parece que a veces sí. ¿Y si vas a la puerta de casa y desde el espejo de la entrada tanteas al espejo del salón por si hay suerte con el rebote de la señal? Aprietas.

Mucha gente dice que usa la tele para desconectar. Sí, ya sé que habría que preguntarles para desconectar de qué, pero el caso es que lo dicen. ¿Qué tal si continúas el experimento y usas el mando para desconectar de la tele? Sé realista, estás en la puerta de casa haciendo el chorras porque te aburres, así que deja el mando en el mueble de la entrada, coge las llaves de casa y sal. Afuera es verano. En la calle aun hay gente que pasea, charla y toca el mundo sin una pantalla en medio. Lejos, rozando el cielo, está el horizonte. Acércate, allí no alcanza ningún mando a distancia.

21/8/17

FRANCIS XIV


Después de ver la quinta temporada de “House of Cards”, creo que Francis Underwood quiere ser una especie de Luis XIV en la sombra, lo que no deja de ser curioso si tenemos en cuenta que Luis XIV es conocido como el Rey Sol. Y después de ver la segunda temporada de “Versalles”, me parece que Luis XIV pretendió ser Francis Underwood a pleno sol, lo que no deja de ser curioso porque ver el sol en un capítulo de “House of Cards” es más difícil que encontrar a Puigdemont en un concierto de Andy y Lucas. Francis Underwood, en uno de esos demoledores monólogos en los que el presidente de los Estados Unidos mira a los ojos del espectador, anuncia la muerte de la era de la razón y de la distinción entre el bien y el mal. Luis XIV se preocupa de llevar a Versalles al escritor Thomas Beaumont para que tome nota de todos los aspectos de su reinado y cuente al mundo que el rey es la luz que brilla eternamente en los corazones de sus súbditos, es decir, el rey es el Bien. Al presidente Underwood le importa un comino todo lo que no sea el poder en sí mismo. A Luis XIV le importa un bledo todo poder que no pueda mostrarse en público en medio de brillantes ceremonias. Como Underwood no cree en la distinción entre el bien y el mal, mata sin remordimiento y con una sonrisa en la boca. Como Luis XIV cree que el rey es el Bien, ordena matar sin remordimiento y con una sonrisa en la boca. ¿En qué se parecen el presidente de Estados Unidos de “House of Cards” y el rey de Francia de “Versalles”? En que su amor al poder, aunque demuestren ese amor de manera diferente, les hace estar más allá de las riquezas materiales y de los lujos. Trotski decía que quien dispone de bienes para asignar nunca se olvida de sí mismo, pero Underwood y Luis XIV, que disponen de enormes bienes para asignar, no piensan en aumentar sus riquezas cuando compran a alguien, nombran un cargo, proponen leyes o preparan una guerra. Es más, diría que Underwood y Luis XIV se olvidan de sí mismos cuando piensan en los símbolos del poder (la Casa Blanca o el palacio de Versalles) y, aunque creen en la presidencia y en la monarquía, creen más en el poder. En el poder del poder.

Y lo más inquietante, lo que más debería hacernos pensar cuando vemos “House of Cards” y “Versalles” es que, cielo santo, Luis XIV parece más moderno que Francis Underwood. No sabemos nada.

20/8/17

GATOS NAZIS EN LA ATLÁNTIDA


El arqueólogo Kenneth Feder se atrevió a decirlo precisamente en el capítulo dedicado a la Atlántida (qué pereza, cielo santo) de la serie documental “¿Qué hay de cierto?” (National Geographic): “Cuando pongo los canales de la televisión de pago, sólo salen gatitos, Hitler y la Atlántida, y sin ellos no tendrían ningún tema sobre los que hacer programas”. A los gatitos, Hitler y la Atlántida habría que añadir los extraterrestres, que valen para todo. Por ejemplo, los “creyentes en la Atlántida” (así se definen ellos mismos) y “exploradores submarinos” que aseguran que unas formaciones rocosas descubiertas en Bimini (Bahamas) son un camino de piedra que formó parte de la Atlántida, y no una formación natural que los geólogos denominan roca de playa, podrían cambiar a los atlantes por los extraterrestres y salir en “Archivos extraterrestres” o en cualquiera de los miles de documentales que se dedican a insultar a los antiguos egipcios o improvisar estupideces sobre antiguas civilizaciones extraterrestres en la Tierra. Gatos, nazis, Atlántida, extraterrestres. Una serie documental que mezcle todo esto tiene el éxito asegurado: “Gatos nazis en la Atlántida extraterrestre”, “La Atlántida nazi fue inspirada por gatos extraterrestres”, “Los gatos  de la Atlántida prueban que los nazis fueron extraterrestres”. Los creyentes en la arqueología alternativa y los abiertos de mente en general tienen aquí un filón.

¿”Qué hay de cierto”? analizó el mito de la Atlántida desde un punto friki, con esos tipos que buscan los restos de la Atlántida en las Bahamas, y también más serio, siguiendo la pista de Platón. No deja de ser interesante utilizar a Platón con respecto a la Atlántida como Schliemann siguió a Homero para descubrir Troya, pero más allá de las coincidencias entre las palabras de Platón respecto a la Atlántida y la isla de Thera y la Creta minoica, devastada por una ola catastrófica que podría haber inspirado la leyenda de la Atlántida en una historia que fue adornándose hasta llegar a Platón, lo más probable es que la conclusión que ofrece “¿Qué hay de cierto”? sea la más acertada: Platón nunca tuvo intención de que su relato sobre la Atlántida fuera tomado como verdadero, así que debemos tomarlo como una especie de fábula con moraleja. Sospecho que esta conclusión decepcionará a los exploradores submarinos de Bimini, que están convencidos de que no van a ser los eruditos (o sea, los arqueólogos de verdad) los que descubran ese continente perdido, sino uno de ellos. Pero si quiere tener éxito, “¿Qué hay de cierto?” debe dejarse de conclusiones racionales, mantener la mente abierta a todas las posibilidades y, por supuesto, introducir como sea a los gatos, a los nazis y a los extraterrestres.

19/8/17

HAY OTROS MUNDOS


En el segundo episodio de la maravillosa serie documental “Pop. Una Historia de música y televisión” (#0), Loquillo sentenció, con su eterna media sonrisa, que Lolo Rico, la mujer que creó el programa “La bola de cristal”, hizo más por la educación de los niños en España que todo el tiempo que esos niños pasaron en el cole o en el instituto. ¿Exagerado? ¿Los niños y niñas de los años 80 del pasado siglo deben tanto a los electroduendes y, en especial, a la Bruja Avería (“¡Viva el mal, viva el capital!”)? ¿Tienen alguna deuda de gratitud aquellos jóvenes con Alaska, Pedro Reyes, Pablo Carbonell, Santiago Auserón, Javier Gurruchaga, el propio Loquillo o Kiko Veneno disfrazado de monstruo de Frankenstein? ¿Hay que invitar a un par de cañas a Lolo Rico por haber conseguido que en “La bola de cristal” se emitieran videoclips de Franco Battiato, Golpes Bajos, Nacha Pop o Gabinete Caligari? En definitiva, ¿Loquillo tiene razón y “La bola de cristal” fue más importante para los niños y jóvenes de los 80 que las clases de Matemáticas, Lengua y Sociales en el cole y en el instituto? Digámoslo de otra forma. El cole y el instituto fueron tan importantes para la educación de los niños y jóvenes de los 80 como “La bola de cristal” de Lolo Rico.

Y ahora, las inevitables preguntas: ¿por qué Lolo Rico, que fue también guionista de “La casa del reloj” y de “Un globo, dos globos, tres globos”, no es hoy directora general de algo, ocupante de cualquier sillón de la Real Academia Española o premio Princesa de Asturias de lo que sea? ¿Por qué no hay un programa como “La bola de cristal” en la televisión pública? ¿Pueden existir otros universos televisivos, más allá de este universo de mujeres y hombres y viceversa? Como dice el cosmólogo Lawrence M. Krauss, hablar de muchos universos distintos puede sonar a oxímoron porque la noción tradicional de universo se ha considerado sinónima de “todo lo que existe”, pero al menos desde el punto de vista matemático es posible la existencia de otros universos, regiones que siempre han estado y estarán causalmente desconectadas del nuestro. La existencia de “La bola de cristal”, un programa causalmente desconectado y separado por un océano de espacio de nuestro universo, es prueba de ello. Sin embargo, hay que ser optimistas. Nuestro universo televisivo es tan grande que algo que no resulte imposible puede ocurrir más pronto o más tarde en su interior. No es imposible que un programa como “La bola de cristal” ocurra en TVE, como tampoco es imposible que la educación pública sea tan importante para los niños y jóvenes de hoy como lo fueron los electroduendes  para los chavales de los 80. Hay otros mundos, y pueden estar aquí.

18/8/17

ALIVIO ZOMBI


Si algo tiene de bueno la serie “Z Nation” (Cuatro), es que se puede destripar parte de su argumento sin que nos caigan encima legiones de seguidores con sus espadas flamígeras dispuestos a vengar semejante blasfemia. No se le ocurra desvelar algún detalle de “The Walking Dead”, otra serie de zombis, porque sus seguidores le comerán la cara. Por no hablar de “Juego de Tronos”, una serie en la que debemos medir en público nuestras citas y opiniones como si estuviéramos ante el Consejo de Guardianes de la República Islámica de Irán. Frente al fundamentalismo agrio de muchos seguidores de “The Walking Dead” o de “Juego de tronos”, es agradable ver “Z Nation” y pasar el rato con sus situaciones un poco disparatadas, acción sin medida, personajes delirantes (“Citizen Z”, un militar tan creíble como Mario Vaquerizo interpretando a Hamlet), bromas gamberras (un coche no funciona porque tiene un zombi metido en una rueda), efectos especiales entrañables (es decir, baratos) y una misión clara, sencilla de entender y larga de ejecutar: llevar como sea a Murphy, el único humano inmune al virus zombi, desde Nueva York a un laboratorio de California. En efecto, y como diría Cavafis, lo importante en la serie es el viaje, no los anticuerpos de Murphy que pueden servir para encontrar una vacuna y salvar a la especie humana. La acción es el mensaje.

En “Z Nation” no hay bates espinados como el de Negan en “The Walking Dead”, pero sí bates de hierro punzantes como el de Addy;  en “Z Nation” hay menos diálogos con intenciones profundas y menos reflexión acerca de la naturaleza y los límites del poder; y los zombis de “Z Nation”, a diferencia de los zombis de “The Walking Dead” que siempre están como de resaca, son más rápidos y peligrosos. Hay demasiados zombis sueltos en la televisión y el cine, es cierto, pero si “Fear the Walking Dead” dio un interesante giro a “The Walking Dead” y “Guerra mundial Z” nos permitió ver al Mossad israelí tomando medidas contra la invasión zombi que recuerdan a ciertos muros, “Z Nation” no se toma muy en serio a sí misma y eso hace que los espectadores tampoco nos tomemos muy en serio a nosotros mismos mientras vemos a ese médico que sólo ha visto muchos episodios de “Urgencias” y a ese chico que se hace llamar “10.000” porque su objetivo es matar 10.000 zombis y cada vez que mata un zombi dice el número, como hace el enano Gimli en “El señor de los anillos” cuando mata orcos. “Z Nation” nunca será una religión, como lo es “The Walking Dead” o “Juego de tronos”, así que nunca habrá herejías, dogmas ni espectadores destripados por destripar que no sé quién muere en no sé qué capítulo de no sé qué temporada. Qué alivio, ¿no?

17/8/17

TE COMPRO EL APOCALIPSIS


No puedo soportar los anuncios de teletienda porque creo que ver a ese tal Vince diciendo “No más tuna aburrida” mientras corta cebollas con el Slap Chop destruye la confianza en el progreso de la humanidad. Sin embargo, algo tiene “¿Quién da más?” (Mega), ese programa en el que compradores profesionales caen como buitres sobre lotes de artículos que sólo pueden inspeccionar con la mirada durante unos minutos, que paraliza mi dedo pulgar de tal forma que no puedo cambiar de canal hasta ver si los buitres han acertado con sus intuiciones o tendrán que comerse un  montón de objetos inútiles. Todos los objetos tienen un precio, y los compradores de “¿Quién da más?” lo saben porque el precio de las cosas es lo único que les interesa de las cosas. Pero lo más fascinante de “¿Quién da más?” no es la reducción de lo real a un precio, sino las explicaciones que los compradores ofrecen ante cada objeto para justificar ese precio. Por ejemplo, en uno de los capítulos de “¿Quién da más?”, uno de los compradores sacó de un depósito de almacenamiento un montón de viejas emisoras de radio y estaciones base mientras decía, con la satisfacción de haber dado en la diana, que los apocalípticos las comprarían como locos. Con “apocalípticos” el comprador no se refería a una de las posiciones ante la cultura propuestas por Umberto Eco en su ensayo “Apocalípticos e integrados”, por supuesto, sino a esos tipos que están convencidos de que el apocalipsis nuclear, biológico o zombi está cerca y que para sobrevivir hay que acumular latas de conserva, linternas, botellas de agua y emisoras de radio. Fascinante, sí.

El historiador británico Tony Judt se declaró, casi al final de su vida, pesimista a corto plazo pero optimista a medio plazo. Los apocalípticos que tienen interés en sobrevivir en un mundo postapocalíptico como el que describe Cormac McCarthy en su novela “La carretera”, son pesimistas a corto plazo y ultrapesimistas a medio plazo. Pero los compradores de “¿Quién da más?” son optimistas a corto plazo y ultraoptimistas a medio plazo no sólo porque están encantados con poder vender emisoras de radio a los apocalípticos, sino porque seguro que están convencidos de que en un mundo postapocalíptico ellos se convertirían en los dueños de esa mierda de mundo. El vendedor del Slap Chop en la teletienda cree que sabe algo de la naturaleza humana cuando tritura cebollas, pero los que verdaderamente saben algo son los compradores de “¿Quién da más?”, esos tipos optimistas que venden emisoras de radio a los pesimistas apocalípticos y que creen que el apocalipsis es sólo una gran oportunidad de negocio.

16/8/17

URANIO EN LA ONU


Ocurrió de repente, mientras veía el reportaje de “En portada” (Canal 24 horas) sobre el funcionamiento de la ONU, un desfile de funcionarios muy serios, reuniones importantísimas, salones intimidantes y salitas discretas, traductores, diplomáticos, expertos, estrategas, especialistas, videoconferencias, despachos, planes a corto, medio y largo plazo e idealismo que cuesta más de dos mil  millones de euros al año, a los que hay que añadir las misiones de paz, que cuestan otros tres mil millones. No me parece caro. Del mismo modo que los que dicen que la educación pública es cara deberían probar el sabor de la ignorancia popular, los que critican a la ONU por ser cara deberían probar un mundo sin ONU. Sin embargo, los tres años de trabajo que fueron necesarios para que todos esos funcionarios, reuniones y expertos produjeran el documento con los 17 objetivos de desarrollo sostenible me sonó a MacGuffin, ese concepto inventado por Hitchcock para referirse al elemento del guion de una película que, siendo central, es también irrelevante porque en realidad a nadie le importa. El uranio de la película “Encadenados”, por ejemplo, o la estatuilla de “El halcón maltés”. Sin uranio y sin estatuilla no hay películas. Sin los 17 objetivos para el desarrollo sostenible no hay ONU. Pero que un MacGuffin sea indispensable no quiere decir que sea importante.

Entre los 17 objetivos de la ONU para el desarrollo sostenible están el fin de la pobreza, el hambre cero, la igualdad de género, el trabajo decente, la paz y la justicia. Desde luego, estos objetivos animan la vida de la ONU e inspiran bonitos folletos de colores, pero se parecen bastante al uranio de “Encadenados” y la estatuilla de “El halcón maltés”. ¿Fin de la pobreza? ¿Hambre cero? ¿Justicia? Da la impresión de que lo que realmente importa en la ONU, como sucede con los microfilms en las películas de espías, los tesoros en las películas de piratas o los objetos arqueológicos en las películas protagonizadas por Indiana Jones, no es el documento con los 17 objetivos para el desarrollo sostenible sino, como apuntan Jordi Balló y Xavier Pérez en “La semilla inmortal”, la riqueza dramática que provoca llegar a conseguirlo. El uranio, una estatuilla, los microfilms, los tesoros escondidos, el arca de la alianza y los documentos que proponen acabar con la pobreza y el hambre tienen una importante función narrativa en el cine y en la ONU, pero poca o ninguna trascendencia. De todas formas, “Encadenados” no sería lo mismo sin el uranio y la ONU no tendría sentido sin documentos con 17 objetivos. El mundo, probablemente, tampoco.

15/8/17

TURISTAS COMO ULISES


Como no soy tan rápido de entendimiento como Donald Trump, que tiene para el problema de Corea de Norte la misma sutil solución que ofrece Máximo en “Gladiator” antes de luchar con los bárbaros (“A mi señal, ira y fuego”), tardé en comprender que los turistas son el nuevo enemigo, una vez que hemos aceptado que los bancos son nuestros amigos. Casi agotado el filón de las noticias acerca del calor que hace en verano, los telediarios prestan toda su atención a la peligrosísima invasión de turistas que llenan Barcelona, las playas del Mediterráneo, La Concha de San Sebastián y el Museo del Prado. Malditos turistas. Algunos ciudadanos conscientes ya se han organizado para acosar a esa gentuza que insiste en no alojarse en hoteles carísimos y exclusivos, no comer en restaurantes exclusivos y carísimos, y no comprar en tiendas absurdamente caras y ridículamente exclusivas. El turismo de masas. Puaj. Con lo que mola hacer turismo sin formar parte de la masa. Con lo que mola ser viajero, y no turista. Con lo que mola ser Ronaldo en Mykonos. Con lo que mola viajar en un Ferrari rojo y no en un cutre autobús turístico.

Los turistas pueden sentirse en muchos lugares como Ulises, que en su largo viaje de regreso a Ítaca tras la guerra de Troya viajó por el Mediterráneo enfrentándose a mil peligros. Los turistas deberán ser tan listos como Ulises cuando engañó al cíclope Polifemo si quieren salir vivos de esas cuevas que ofrecen falsa hospitalidad. Los turistas tendrán que aprender a navegar por los estrechos dominados por los monstruos Escila y Caribdis, es decir, “venid a visitarnos porque eso es bueno para el empleo y el PIB” pero “no sois bien recibidos porque sois demasiados”. Los turistas no podrán caer en la tentación de aceptar los regalos de Circe si no quieren acabar convertidos en cerdos de los que se aprovecha todo. Los turistas se taparán los oídos con cera o se atarán al mástil de sus barcos para no sentirse atraídos por el canto de las sirenas que ofrecen autenticidad y esencias en forma de paella, sangría, flamenco, arena y Gaudí. Los turistas no deben creer que viajar es estar de vacaciones.

Ulises es el nuevo turista, y sobre él debe caer la maldición que Polifemo pide a su padre Poseidón: “¡Concédeme, padre, que si mi enemigo vuelve alguna vez a su casa, sea tarde y mal, en nave ajena, después de perder a todos sus compañeros, y encuentre nuevas cuitas en su morada!”. Por supuesto, si los turistas vienen a visitarnos en yate, Polifemo se convierte en la ninfa Calipso y los turistas querrán vivir para siempre en el lecho del amor.


14/8/17

CULOS Y CULOS


No es lo mismo ver a Edward Bear Grylls intentando atravesar un desierto en “El último superviviente” que acompañar a Mario Picazo al pueblo más frío de la tierra en “Climas extremos” (La 2). La diferencia es, precisamente, que la mayoría nos limitamos a ver a Bear Grylls pasar calor, pero todos acompañamos a Picazo mientras tiene frío. Ver o acompañar. No es que el frío extremo del pueblo siberiano de Oymyakon sea más llevadero que el calor extremo de un desierto de Arizona, sino que el tono amable de los viajes de Picazo convierte al meteorólogo en un compañero de aventura, mientras que la insistencia del aventurero en dejar claro que todo lo que hace es peligrosísimo le aleja del viaje. Es interesante ver a Bear Grylls pelar un higo chumbo e improvisar un par de piolets con ramas secas, pero es mucho mejor acompañar a Picazo mientras soporta cuarenta y siete grados bajo cero y bebe vodka. Si Bear Grylls grabara un episodio de “El último superviviente” en Oymyakon, sólo podríamos ver lo que hace; pero si Picazo se diera una vuelta por un desierto de Arizona, le acompañaríamos en su viaje. Lo importante no es el calor insoportable o el frío brutal, sino decidir si se quieren hacer documentales para ver o para acompañar.

Pero me gustaría hablar ahora del culo de Mario Picazo y de los culos de las socorristas de la playa de San Lorenzo de Gijón. Todos los veranos hay una canción del verano machacona y una polémica absurda, o viceversa, y la polémica absurda y machacona de este año es que el bañador de las socorristas de la playa gijonesa es tan exiguo que, si prestamos mucha atención y utilizamos unos prismáticos y estamos dispuestos a indignarnos con gilipolleces y estamos mal de la cabeza, se les ve gran parte del culo. En el capítulo de “Climas extremos” dedicado al pueblo más frío del mundo, acompañamos a Picazo desnudo mientras se rebozaba en la nieve a más de cuarenta grados bajo cero. Dos veces. ¿Qué tiene el culo de Picazo que no tenga el culo de una socorrista? ¿Por qué el culo desnudo de un meteorólogo en la nieve no es noticia, pero el culo embutido en un bañador de una socorrista en la playa es un escándalo? ¿Habría algún problema si Picazo fuera socorrista y enseñara el culo en una playa? ¿Alguien se molestaría si en vez del culo de un meteorólogo en Siberia viéramos el culo de una socorrista? ¿Los comentarios sexistas se reservan para las socorristas y no para los meteorólogos? Y podría seguir formulando preguntas absurdas hasta que se calentara Oymyakon o se enfriara el desierto de Arizona, pero está sonando la canción del verano en la radio y quiero escuchar bien la letra.

13/8/17

EL ASCENSOR Y LA ZAPATERÍA


No sabemos quién inventó la carretilla, esa sencilla y magnífica herramienta medieval que ha ahorrado tantos esfuerzos a los hombres, pero su genio anónimo me parece comparable al genio poco reconocido de Frank Julian Sprague, el hombre que con sus innovadoras contribuciones en la tracción de los ascensores y los tranvías permitió, como se dice en un capítulo de la interesante serie documental sobre ingeniería “Grande, más grande, el más grande” (National Geographic), que la ciudad moderna pudiera llevarse a la práctica. Gracias a la tracción eléctrica en ascensores y tranvías, los rascacielos de Nueva York fueron habitables y los ciudadanos que vivían lejos pudieron  acudir todas las mañanas a trabajar en Manhattan. En una preciosa miniatura del siglo XIII que representa la reconstrucción de Jerusalén querida por Ciro, un albañil posa con su carretilla llena de ladrillos con el orgullo del que posee un instrumento digno de admiración. Me imagino a Sprague en una miniatura posando con el mismo orgullo ante un ascensor o en un vagón del metro de Nueva York, seguro de que la Gran Manzana es lo que es porque sus inventos lo permitieron. Y, con todo, creo que los ascensores y el metro de Nueva York deberían ser compatibles con la zapatería de Simón.

Los viejos griegos se reunían para charlar en los lugares de trabajo (tiendas, zapaterías, barberías), en las tabernas y en las casas. Pedro Olalla dice en su fascinante ensayo “Grecia en el aire”, siguiendo a Diógenes Laercio, Jenofonte y Plutarco, que Sócrates se reunía con sus discípulos más jóvenes  en la zapatería de un tal Simón, que a veces apuntaba en una tablilla algunas de las ideas que oía mientras trabajaba en sus zapatos. La zapatería de Simón no es un ascensor o un vagón de metro, lugares en los que Sócrates nunca podría charlar con apresurados ciudadanos que suben al trigésimo segundo piso o viajan a su lugar de trabajo. Pocos atenienses, apunta también Olalla, subían a la Pnyx, la colina cercana al ágora donde reunía la Asamblea, sin haber discutido previamente en zapaterías, pórticos y tabernas los temas que se proponían para votación. Si los atenienses hubieran subido a la Pnyx en ascensor desde el ágora, o se desplazaran en metro desde las afueras de la ciudad, Atenas habría sido muy diferente. La democracia moderna es una democracia de carretilla, ascensor y metro, pero es imprescindible que mantenga espacios donde los ciudadanos puedan encontrarse con calma y sin un televisor escupiendo imágenes que dirijan la conversación. Necesitamos una zapatería como la de Simón en la que poder charlar con tipos como Larry David, ese Sócrates de Brooklyn.

12/8/17

CAFÉS Y CUCHARILLAS


Todos los que hemos seguido las aventuras cotidianas de los chicos de “Friends” a lo largo y ancho de los 236 capítulos de la serie nos hemos preguntado alguna vez por qué Chandler y compañía siempre consiguen sentarse en los mejores sitios del Central Perk, incluido ese sofá que casi llegó a formar parte de nuestro propio salón. Pero lo que nunca nos habíamos preguntado es cuántas tazas de café se tomaron Chandler, Rachel, Joey, Phoebe, Ross y Mónica en el Central Perk, en sus casas o en otros lugares. La escritora británica Kit Lovelace no sólo se ha hecho esta pregunta sino que ha tenido la paciencia y el método de ver todos los capítulos de “Friends” con la calculadora en la mano para concluir que Phoebe es quien más tazas consumió (227, casi una por capítulo) y Rachel la que menos (138). El estudio de Lovelace no ganará el Premio Nobel, pero sí hará que nos sentemos a ver las reposiciones de “Friends” con otros ojos.

Y no sólo “Friends”. ¿Cuántas cervezas bebe Homer Simpson en el bar de Moe? ¿Cuántas veces abre la nevera de su casa Tony Soprano? ¿Cuánta comida china consumen los chicos de “Big Bang”? ¿Cuántas veces Francis Underwood ha demostrado en “House of Cards” que la frontera de la hijoputez es elástica? ¿Cuántos colmillos salen en “Crónicas vampíricas” y cuántas pajaritas vemos en “Dowton Abbey”? ¿Cuántas veces hemos mirado bajo la cama antes de acostarnos por culpa de “American Horror Story”? ¿Cuántas veces hemos mandado a la mierda a Ted Mosby en “Cómo conocí a vuestra madre”? ¿Cuántas veces hemos entendido cómo funcionan las cosas gracias a “Crematorio”? ¿Cuántas hamburguesas comen las dos chicas Gilmore en el café de Luke? ¿Cuántas veces hemos querido dar nuestro voto al presidente Josiah Bartlet de “El ala oeste de la Casa Blanca”? ¿Cuántas veces hemos pensado mejor de nuestro jefe después de ver un capitulo de “The Office”? ¿Cuántas veces hemos entrado en un hotel deseando encontrarnos con Jessica Fletcher? Y así, hasta el infinito y más allá. Las tazas de café de Phoebe, las cervezas de Homer o las neveras de Tony Soprano son un buen entretenimiento para las tardes de verano, y funcionan tan bien como las cucharillas en la boca de una botella de vino espumoso para retener el gas. Una cucharilla en la botella retiene el gas muy bien, pero una botella sin cucharilla también lo hace porque el vino espumoso aguanta varias horas sin ayuda de cucharillas. O sea, que contar las tazas de café que bebe Phoebe sirve para retener el gas de “Friends”, pero “Friends” no necesita cucharillas para hacernos reír después de trece años.

11/8/17

ACEPTO EL CASO


Oscar Wilde decía, en una de sus epatantes sentencias, que no existen libros morales o inmorales, sino libros bien o mal escritos. Seguro que Wilde opinaría lo mismo de las películas, pero es probable que hiciera una excepción con “Matar a un ruiseñor” (TCM), la extraordinaria película en la que Gregory Peck interpreta al abogado Atticus Finch. “Matar a un ruiseñor” es, para entendernos y sin entrar en imprescindibles sutilezas filosóficas, una película moral como “Mi lucha” es un libro inmoral, y además “Matar a un ruiseñor” es una película bien dirigida por Robert Mulligan mientras que “Mi lucha” es un libro mal escrito por Adolf Hitler. Creo que Wilde nunca escribiría “La importancia de llamarse Adolf”, pero sí podría inspirarse en “Matar a un ruiseñor” para dar un giro a una de sus obras más famosas en “El retrato de Atticus Finch” y, quizás, revisar su opinión acerca de la inutilidad del arte.

El American Film Institute, tras una encuesta a mil quinientos directores, actores y críticos, ha elaborado una lista con los cien mejores héroes y villanos de la historia del cine estadounidense y, sorpresa, la lista de los buenos está encabezada precisamente por Atticus Finch, un honesto y sensible abogado que defiende con valentía a un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca en la Alabama de los años de la Gran Depresión. Atticus es un personaje maravilloso y su defensa de Tom Robinson es tan emocionante como eficaz, pero yo diría que lo que mejor define a Atticus es su respuesta al juez cuando le propone encargarse de la defensa de Tom: “Aceptaré el caso”. Así, sin  más. Atticus sabía el lío en el que se estaba metiendo, y el enorme e inevitable coste personal y familiar que iba a suponer la defensa de un negro acusado de violación, pero acepta el caso sin hacer más preguntas, sin una queja, sin excusas. El juez se levanta y dice “gracias”, y Atticus, sin inmutarse, responde: “De nada”. Gran parte del valor moral de “Matar a un ruiseñor” está ahí, en el elocuente “aceptaré el caso” y en el recio “de nada”. El segundo puesto de la lista de los cien buenos del cine está ocupado por Indiana Jones, y el tercero por James Bond. Oscar Wilde se frotaría las manos con el arqueólogo impaciente y con el espía con licencia para matar, pero se rendiría ante la altura moral del abogado que acepta un caso imposible sin pedir nada a cambio y sin miedo a enemigos mucho más temibles que los nazis de “En busca del arca perdida” o el Doctor No, ese Fu-Manchú con manos metálicas y sin bigote. Atticus no se sentiría cómodo con su primer puesto en la lista de los buenos, pero tendría que aceptarlo. Gracias, Atticus Finch.

10/8/17

ÑAM, ÑAM Y ÑAM


Aunque no soy de los que suelen organizar para sí mismos maratones de series de televisión (por cierto, si el legendario Filípides, que según la tradición recorrió la distancia entre Maratón a Atenas para dar la noticia de la victoria de los griegos ante los persas, supiera que le recordamos cuando vemos una serie completa de un tirón, seguro que se sentaría con Milcíades a ver “Hermanos de sangre”), a veces lo hago si el sábado es lo bastante lluvioso y el domingo se presenta lo suficientemente triste. Puedo ver muchos capítulos seguidos de “Expediente X” o de “The Wire”, pero sólo hay tres series en las que me niego a mutilar la secuencia de apertura por muchos capítulos que lleve a mis espaldas: “Las chicas Gilmore”, “Los Soprano” y “House of Cards”. ¿Por qué? Yo qué sé. El corazón televisivo tiene razones que la razón no entiende.

Dice santo Tomás de Aquino en la “Suma Teológica” que la voz del venado es placentera para el león y para el hombre, pero por razones diferentes: agrada al león porque le asegura la comida, pero gusta al hombre porque es armoniosa. Supongo que con las secuencias de apertura de nuestras series favoritas sucede algo parecido porque algunos se alegran con la música de “Juego de tronos”, que anuncia unos cuantos minutos de comida audiovisual, pero otros se quedan con esa música que acompaña a los créditos de inicio porque es armoniosa. Utilizo el mando a distancia sin piedad en las secuencias de apertura de “Big Bang”, “House”, “Gotham” o “El ministerio del tiempo” (a pesar de que están muy bien) porque en ellas soy como el león cuando escucha la voz del venado y sé que me aseguran la comida; pero soy incapaz de ver un capítulo de “Las chicas Gilmore” sin escuchar “Where You Lead” en las voces de Carole King y Louise Goffin mientras Lorelai y Rory se comen la pantalla, no soporto meterme en el mundo de “Los Soprano” sin ver antes a Tony conduciendo su coche por Nueva Jersey mientras suena “Wake Up This Morning” de Alabama 3, y jamás de los jamases caeré en la tentación de adentrarme en un capítulo de “House of Cards” sin pasar antes por lar gélidas imágenes de la ciudad de Washington aliñadas con la música de Jeff Beal. Cada capítulo de “Las chicas Gilmore”, “Los Soprano” y “House of Cards” es comida, pero las secuencias de apertura de esas series es pura armonía. Eso sí, después de Carole King, de Alabama 3 y de Beal… ¡a comer! Ñam, ñam y ñam.

9/8/17

LA CULTURA ESTUVO BIEN


La música estuvo bien. No digo yo que no. Los madrigales, las fugas de Bach. “O mio babbino caro” de Puccini. La “Cavalleria rusticana” de Mascagni. Louis Armstrong consiguió que todos, no importa cuán mal nos estuvieran yendo las cosas, supiéramos que merecía la pena estar vivos. La bossa nova nos descubrió aspectos del amor que jamás hubiéramos encontrado por nosotros mismos. Duke Ellington, Caetano Veloso, Paul Simon. Hasta aquí, bien, viva Paul McCartney. Pero si el precio que hay que pagar por esto es que Sandro Rey grabe una canción, con armonías, ritmos, melodías, entonces quizá deberíamos plantearnos si la música mereció la pena o hubiera sido mejor quemar en la hoguera al primero que hizo un acorde con tres notas.

La poesía estuvo bien. No digo yo que no. El soneto 29 de Shakespeare. Lope de Vega. Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez. “Bodas de sangre” y “Yerma” son tratados sobre el deseo más precisos y delicados que el mejor ensayo del mejor psicólogo. Kavafis nos llevó a viajes de los que ya nunca volvimos. Mario Benedetti, Allen Ginsberg, Paul Simon, Yeats. Vale, sería duro vivir en un mundo en el que no existiera “El rayo que no cesa”. Pero si todo lo anterior implica también a Sandro Rey y los versos “buscas la fama / no sabes qué hacer para entrar en mi cama” entonces quizá cabría preguntarse si tanta poesía compensa esta contrapartida o deberíamos haber limitado el uso de los signos escritos al recuento de sacos de cereal.

La cultura estuvo bien. No digo yo que no. Crear y recrear un discurso sobre el mundo, el sufrimiento, los demás, el paso del tiempo, que estructure la vida y las sociedades. La ciencia como la mayor empresa colectiva de la humanidad. Maravilloso. Sigmund Freud defendía que la neurosis es el precio que hay que pagar por la civilización. De acuerdo, yo lo pago. Pero si el precio de la cultura es la neurosis y además la canción “Lagarta” de Sandro Rey, quizá deberíamos pensárnoslo dos veces. Escuchen el tema y entenderán de qué les hablo. A lo mejor, una vida de cazadores y recolectores viviendo en las cuevas del paleolítico tenía más ventajas que inconvenientes.

8/8/17

FREE CARLOS SOBERA


Liberad a Carlos. Él disimula. Sonríe. Hace como que le gusta “First dates”. Pero todos sabemos que no es verdad. Le hemos visto en muchos otros programas antes. Es un profesional como la copa de un pino y realiza su trabajo sin que se escape ni una sola mueca de sufrimiento. Pero es imposible que su buen humor sea auténtico. Según recientes estudios, nadie puede presentar “First dates” durante más de un mes sin perder la fe en el género humano y sumirse en la más oscura de las depresiones. La Organización Internacional del Trabajo recoge la tarea de presentar “First dates” en su lista de los Diez Trabajos más Horrorosos, y lo sitúa entre recoger guano en los acantilados de Noruega durante una ventisca y oler abonos orgánicos.

Todos somos Carlos Sobera. Seguramente al principio pensó que éste podía ser un buen programa que presentar. Conocería a gente curiosa, a otra entrañable, personas solitarias que no han perdido la esperanza de encontrar el amor. Pero pronto la gente curiosa se volvió simplemente una panda de anormales desesperados por treinta segundos de gloria en la televisión basura. Y tras quinientos mil casos iguales ya no usa la palabra “entrañable” para referirse a las personas aburridas. Entiende por qué están solos unas y otras. Y un día. Y otro día. Y otro día. Poniéndole una sonrisa a toda esa peña. Escuchando sus simplezas y bobadas con cara de interés. Fingiendo preocuparse por lo que les pasa en la vida.

Que lo presente otro. Aless Gibaja, Eduardo Inda, Leticia Sabater. Gente como ellos. Porque un friki más en el “First dates” actual puede provocar el derrumbe irreversible de Carlos Sobera. Algunos le están empezando a notar un leve tic nervioso en un párpado. Otros dicen que manda SOSs pidiendo socorro cuando repiquetea con sus dedos sobre la barra en la entrada del restaurante. No sé si será la persona que más está sufriendo en España en estos momentos, pero a mí es la que más me conmueve. Tenemos que ayudarle para que vuelva a los concursos de preguntas con decorados futuristas en tonos azulados. #freecarlossobera, ya!!

7/8/17

COLUMNER (a.k.a. ¿QUIÉN DECÍAS QUE ERA DULCEIDA?)

Admiro la capacidad de la gente para contener la risa cuando dice la palabra “influencer”. Me parece prodigiosa, inalcanzable. Yo lo he intentado, pero no lo consigo. Una chica se sorprende de que yo no sepa quién es Dulceida, y me asegura que es “la influencer más importante de España”. Sonrío buscando su complicidad, seguro de que está bromeando y de que ella también va a sonreír al final de la frase. Pero sigue seria y me pregunta que qué me hace gracia. “Influencer”, repito y ya rompo a reír. “Sí, ‘influencer’, Dulceida es youtuber e instagramer, tiene millones de seguidores. La conoce todo el mundo. No puedo creer que tú no”. “¿Pero qué hace?”. La chica se extraña ante mi pregunta. O le parece obvia o no sabe que se pueden hacer cosas en la vida. “No sé… tiene un canal de youtube y cuelga fotos en Instagram”. “¿Y de qué habla?”. “De cosas”. Empiezo a entender que influencer tiene más que ver con lo que se es que con lo que se hace.

Así que he decidido dejar de ser columnista y pasar a ser columner. Un columnista tiene lectores. Un columner, seguidores. Un columnista escribe “vaya jeta el Rubius, criticar la publicidad para jóvenes cuando él hizo anuncios de Fanta”. Un columner lo tuitea. Cuando un columnista dice que la vuelta de una nueva temporada de Larry David este otoño es una noticia maravillosa, el lector puede estar de acuerdo o no. Cuando un columner dice esto mismo, al seguidor le puede gustar o no. El columnista opina. El columner se expresa. El columnista argumenta. El columner se expresa. El columnista razona. El columner se expresa. Lo más importante de una columna de un columnista es el texto de la columna. Lo más importante de una columna de un columner es el nombre del columner. Un columnista habla del deterioro de la televisión pública y se pone al servicio del tema del que habla. Un columner habla del deterioro de la televisión pública y pone el tema del que habla a su servicio. No soy youtuber ni instagramer, pero soy influencer porque soy columner. ¿Quién decías que era Dulceida?

6/8/17

"LA PELU", EN LA CADENA ADECUADA


Al fin Televisión Española acierta al trasladar “La pelu” a La 2. La comedia veraniega de nuestra televisión pública no acababa -ni empezaba- a obtener buenos resultados de audiencia. Se probaron varias soluciones, como cambiarla de horario o encerrarla en el late night de los viernes, sin que diera resultado. El problema, era obvio, era La 1, cadena generalista de perfil popular en donde encuentra mal acomodo una obra de la complejidad narrativa y la densidad conceptual de “La pelu”. En La 2, la cadena cultural y sofisticada por excelencia de TVE, seguro que alcanza grandes niveles de audiencia al lado de otros programas como “La noche temática” o “Historia de nuestro cine”.

“La pelu” sabe a John Dos Passos, a Plutarco, a Allen Ginsberg. Sus personajes -sobre todo, la peluquera y la otra peluquera- son recreaciones llenas de guiños poliédricos a arquetipos que ya se encuentran en las etopeyas de Teofrasto, si bien aquí se completan con matices y rompen esquemas arraigados en la más pura tradición de Tolstoi, Proust o Clarín. No sólo en sus personajes y en sus textos “La pelu” se ubica mejor en La 2 que en La 1: también en su semiótica de la narración y el montaje de los planos se respira el espíritu de las obras más arriesgadas de Lars von Trier y el resto del Dogma. Sus imágenes son un curso viviente sobre la pintura del siglo XX -Mondrian, Hockney-. Su banda sonora mezcla a Nyman y a Mertens sin renegar de la tradición costumbrista del maestro Chapí.

Por eso no cabe duda de que “La pelu” encuentra un mejor lugar entre un documental sobre el teatro de Arthur Miller y un documental sobre la fundación de Emérita Augusta que entre la información deportiva del telediario y un programa de nostalgia sobre el “Un, dos, tres”. Denle tiempo, denle un par de semanas a las nueve de la mañana en La 2, tres a lo sumo, y verán cómo comienza a petarlo de audiencia. Dentro de veinte años estaremos celebrando el vigésimo aniversario de “La pelu” como hicimos este año con “Saber y ganar".

5/8/17

CRÍTICA CONSTRUCTIVA DE "ME LO DICES O ME LO CANTAS"


Quisiera hacer una crítica constructiva de “Me lo dices o me lo cantas”, el nuevo entretenimiento de Telecinco para algunas noches del verano. Detesto a los críticos que se limitan a señalar los defectos de los programas sin aportar soluciones. Telecinco ha estrenado un nuevo talent show fresquito con canciones famosas a las que se le ponen letras nuevas humorísticas relacionadas con noticias actuales. El programa es malísimo, simplemente espantoso, falla por todos los lados -canciones, jurado, presentador, concursantes, decorado, sintonía, cabecera, vestuario, iluminación, maquillaje y peluquería-, pero yo soy un crítico que siempre se preocupa por hacer crítica constructiva, así que en esta columna voy a proponer una forma de solucionar los problemas que presenta “Me lo dices o me lo cantas”: destrúyanlo.

Quémenlo entero. Húndanlo en lo más profundo de una grieta abisal del Pacífico Sur en la que sólo vivan gusanos tubícolas. Tritúrenlo. Usen aviones cisterna para rociar con ácido sulfúrico el plató donde se graba y un perímetro de cien o doscientos metros a su alrededor. Despedácenlo atando sus extremidades a caballos desbocados. Hagan pasar por encima del jurado, los concursantes y el presentador una migración de ñúes, después una plaga de langostas, luego otra de termitas; inúndenlo y llenen la fosa con pirañas; finalmente, evacúen los residuos y límpienlo todo muy a fondo mezclando lejía y amoniaco. Métanlo en bidones de almacenaje de material radioactivo y séllenlo bajo más kilómetros cúbicos de hormigón que los que saldrían de multiplicar los de Chernobil por los de Fukushima. Demuélanlo. Electrocútenlo hasta que se achicharre. Apisónenlo y vuelvan a apisonarlo.

¿Ven? Así se hace la crítica constructiva de Mediaset. Con mesura y moderación. ¿Para qué extenderse pormenorizando el cero absoluto de gracia del jurado o la enorme cantidad de versos que no encajaban métricamente en las melodías? La buena crítica ha de proponer soluciones constructivas y casi siempre, si de Telecinco se trata, nada hay más constructivo que destruir.

4/8/17

LA SACARINA DE TELECINCO

“Pasapalabra” es la sacarina de Telecinco. Llegamos a Casa Carlos a comer con los amigotes. Empezamos con un par de cañas y Loína nos pone ya unas patatinas y unas aceitunas. En la mesa todos pedimos fabada y el que menos, repite dos veces. Alubias, chorizo, tocino, morcilla. No puedes irte sin probar la tarta de queso. ¿Cuántas botellas llevamos? Entonces son… cuatro chupitos de hierbas, dos güisquis y dos pacharanes… Y cuando llegan los cafés Edu levanta la mano y dice “el mío con sacarina, por favor”. ¿De qué vas? Lo mismo pasa con la producción propia de Telecinco: producen “Deluxe”, realities como “Gran Hermano” o “Supervivientes”, producen “El programa de AR”, “Mujeres y hombres y viceversa” y este horror que se llama “Me lo dices o me lo cantas”… Todos tienen más calorías por ciengramos que las que caben en una etiqueta de información nutricional. Y cuando llega el concurso de media tarde, ese momento de baja audiencia, nos ofrecen un concurso digno, no ofensivo, edulcorado de forma sana y no calórica, cuya prueba final ha pasado ya al imaginario colectivo español.

“Pasapalabra” cumple estos días diez años de emisión en Telecinco. Enhorabuena a los implicados. ¿Quién no se ha detenido un rato en un rosco si se lo encuentra durante un zapeo? Ha emitido 2.749 horas y ha preguntado por 123.950 palabras en dicha prueba -un momento, el último diccionario de la RAE no llega a las 94.000 entradas…-. Pero, por encima de estos datos, el concurso de Christian Gálvez lleva diez temporadas aliviando la mala conciencia de Telecinco tanto como la sacarina alivia la mala conciencia de Edu tras cada fabadona. En su fuero interno, Mediaset se aferra a la fantasía de que cuarenta y cinco minutos de televisión no vergonzosa compensarán los excesos de veintitrés horas y quince minutos de basura televisiva, y agita el sobrecito de “Pasapalabra” antes de verterlo al café diciéndose a sí mismo “hay que cuidarse, hay que cuidarse”. Pero no, Telecinco, “Sálvame” no lo compensa ni “Los Soprano”. Y la fabada de Casa Carlos es tan deliciosa que no necesita compensarse con sacarina, Edu.

3/8/17

"HOSTIA PUTA", ASÍ, ENTRE COMILLAS


¿La representación de una blasfemia es una blasfemia? Según informa “RTVE responde” -el programa de la TV pública dedicado a las protestas de la audiencia-, a un espectador de Murcia le ha parecido mal que Pacino despertase de una pesadilla con un contundente “hostia puta” en un capítulo de “El Ministerio del Tiempo”. Es obvio que cuando Julián -el personaje- muere, Rodolfo Sancho -el actor- no muere. Pero también es obvio que cuando Amelia -el personaje- abofetea a Pacino -el personaje-, Aura Garrido -la actriz- sí abofetea a Hugo Silva -el actor-. Un asesinato va mucho más allá de su mímica. Una bofetada, no. La representación de un asesinato no es un asesinato. La representación de una bofetada sí es una bofetada.

¿Y a cuál de las dos categorías pertenece la blasfemia? Si una blasfemia sólo es una pronunciación de unos fonemas en un orden que Dios ha prohibido y no va más allá de su sonoridad, entonces cuando Pacino -el personaje- blasfema, Hugo Silva -el actor- blasfema también, y Dios se ofendió no sólo en la toma que vimos en el capítulo, sino en todas las tomas anteriores que se realizaron hasta que el director dio por válida una de ellas. Y se ofendió tantas veces como televisores reprodujeron ese capítulo y se ofenderá cada vez que alguien lo vea a partir de ahora en RTVE A La Carta. Pero si la blasfemia va más allá de su transcripción fonética, implica una intención, posee unas consecuencias, entonces Hugo Silva no blasfema aunque Pacino lo haga, y un católico no debería ofenderse más por la representación de esa blasfemia que por la representación de una relación sexual fuera del matrimonio de la escena anterior o la representación de un domingo sin ir a misa de la escena siguiente.

En último término, se trata de distinguir hostia puta de “hostia puta”, la superstición de la racionalidad, la realidad de el arte. Muy en el fondo, este asunto trata sobre distinguir un programa de una TV pública dedicado a las protestas de la audiencia en un Estado confesional de un programa de una TV pública dedicado a las protestas de la audiencia en un Estado laico.

2/8/17

AUDIENCIAS E IDENTIDADES


Tras la publicación del resumen de audiencias del mes de julio, cabe plantearse las siguientes consideraciones:

1. Telecinco es la cadena más vista entre las mujeres. Antena 3 es la cadena más vista entre los varones. Un varón que no se pierda ni un solo día “Mujeres y hombres y viceversa” o “All you need is love… o no” ¿debería ser considerado un varón transtelevisivo? Una mujer abonada permanentemente a “El hormiguero” o a “Espejo público” ¿debería ser considerada una mujer transtelevisiva? ¿Podemos considerar que existe una identidad mediática que puede coincidir o no con el sexo biológico, dando lugar a personas cismedios y personas transmedios? Y los que disfrutan de “El programa de Ana Rosa” un día y de “Me resbala” otro día, ¿son personas con una identidad mediática no binaria, fluida, líquida, queer?

2. Antena 3 es la cadena más vista en Castilla La Mancha. Telecinco es la cadena más vista en el resto de Comunidades. ¿Y ahora qué, Puigdemont? Quizá Cataluña se parezca a Dinamarca y Extremadura se parezca a Marruecos salvando las distancias, pero, cuando se trata de gente gritando, llorando e insultándose en televisión, Vilanova i la Geltrú elige la misma cadena que Malpartida de Plasencia. Propongo el inicio de un procés de desconexió para Castilla La Mancha basado en su hecho diferencial televisivo, algo mucho más identitario que la balanza fiscal.

3. Telecinco es líder a partir de las seis de la tarde. Antena 3 es líder hasta las tres de la tarde. Durante las tres horas intermedias gana La 1. ¿Y si la siesta, esa peculiaridad española que tanto sorprende en otras tierras, fuera un efecto secundario de la costumbre nacional de sintonizar la televisión pública entre las tres y las seis de la tarde? De hecho, la siesta se está perdiendo como tradición a un ritmo parecido al que la televisión pública pierde audiencia. Pronto resolveremos este misterio: a este paso dentro de pocos años ya no existirá TVE. Veremos si la gente mantiene, como parte de su identidad, la cabezadita de después de comer.

1/8/17

LA AUDIENCIA QUE TELECINCO HA CREADO


Jordi González lleva dos domingos gritando a los tropecientos personajes que llenan “Mad in Spain”. Grita a quien grita para que no grite. No calla pidiendo que calle quien no calla. No escucha a quienes no escuchan para que escuchen. Habla a la vez que los que hablan a la vez para que no hablen a la vez. Pero eso son los momentos buenos. En los malos, esos raros instantes en que los participantes, válgame el cielo, hablan de uno en uno y de esa forma tan aburrida que proporciona la educación y el respeto a los demás, González se pone nervioso porque sabe que pierde audiencia. Esa audiencia que Telecinco ha creado.

Telecinco es una cadena de bomberos pirómanos. Llevan lustros apagando fuegos que ella misma provocan. Bueno, haciendo que los apagan. Llenan los platós de material inflamable, hacen saltar chispas y luego se sorprenden de los incendios. Invitados enfrentados, conflictos manifiestos o latentes, heridas sin cicatrizar, lucha de egos en platós repletos de tertulianos e invitados que tienen que luchar para hacerse oír, para justificar que los vuelvan a llamar, para acaparar unos segundos más el micrófono. Y eso sin olvidar los montajes, claro. En medio, los presentadores se encargan de provocar fricciones y subir la temperatura. Administran el lanzallamas. Y luego, cuando el fuego empieza a extenderse, van corriendo con la manguera, pidiendo orden, tranquilidad, educación. “Por favor. ¡Por favor! ¡¡¡Por favor!!!”, grita Jordi una y otra vez. Hay que ver cómo se ponen las fieras a nada que las azuzas.

Ese es el mayor éxito de Telecinco: que los invitados no hagan caso a los presentadores, no callen, se enfaden, griten, insulten, amenacen con demandas, se porten mal y, con suerte, el incendio vaya tan bien que alguno marche del plató. En el último “Sábado deluxe”, Sonia Monroy tuvo una enganchada de aúpa con la presentadora, María Patiño. Gritos, golpes, huida iracunda, truenos y aparato eléctrico. Tras la tempestad, la calma y la vuelta al plató. Un éxito. “Esto no lo había visto en mi vida”, dijo un desconcertado David Alemán, que debutaba como copresentador. Se ve que no forma parte de la audiencia que Telecinco ha creado y no está acostumbrado al negocio. Él sabrá si quiere acostumbrarse.