23/12/19

BUEN MAL RATO

Hay que estudiar a fondo el concepto de buen mal rato. Pasar un buen mal rato. Por ejemplo, en la escena de la discusión de “Historia de un matrimonio” he pasado uno de los mejores malos ratos de los últimos meses. Hay series enteras que se basan en hacer pasar a los espectadores muy buenos malos ratos. Y las hay de todos los géneros: “The office” -versión USA, of course- es una comedia que ofrece una colección in crescendo de buenos malos ratos que a veces se aparecen en mis mejores peores pesadillas; “Heridas abiertas” es un dramón como la copa de un piano escrito por un guionista cuyo único propósito es conseguir que los espectadores pasasen unos buenísimos malísimos ratos.

Nos gusta jugar a sufrir. Nos gusta sufrir de forma vicaria. Nos gusta pasar por el trago de sufrir siempre que tengamos a mano el botón de eject. Ya Aristóteles hablaba de la importancia de la mímesis en la experiencia poética. Pasteur consiguió que sus posibles enfermos se inmunizaran ante ciertas enfermedades inoculando sus virus patógenos de forma atenuada. Algunas psicoterapias programan exposiciones en imaginación de los peores temores de los pacientes como paso previo a su afrontamiento en la realidad. Hay algo satisfactorio en ver “The Terror”. El momento de “Chernobyl” en el que el operario informa a Valery Legasov de que el núcleo del reactor no está emitiendo tres roentgen, como se creía, sino quince mil, todos nos asomamos levemente al horror que estaba teniendo lugar en Ucrania. Es una sensación maravillosa.

Y mi buen mal rato de ayer tuvo lugar con la segunda temporada de “El método Kominsky”, esa comedia sobre la vejez y la muerte que no tiene nada que ver con “Las chicas de oro”. Para no hacer spoilers, sólo diré que a alguien le diagnostican algo, y el momento es deliciosamente triste, maravillosamente desesperado, estupendamente horrible. No existen los malos buenos ratos, pero sí los buenos malos ratos. Por algo será. Piensen sobre ello.

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