7/7/17

EL ÁNGELUS Y EL CHUPINAZO


Hora del Ángelus. El ángel del Señor anunció a María, y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo. Doce del mediodía. El chupinazo desde el balcón del ayuntamiento de Pamplona anunció a los pamploneses y pamplonesas, y comenzó el jolgorio por obra y gracia de san Fermín.

Hermes fue el mensajero de los dioses hasta que fue sustituido por Mercurio, que fue mensajero de los dioses hasta que fue sustituido por san Gabriel, que fue mensajero de Dios hasta que Dios empezó a hablar cada vez menos. Ayer, seis de julio, el chupinazo rompió al mediodía el silencio de Dios desde el balcón del ayuntamiento de Pamplona. La Uno estaba allí para hacer de caja de resonancia llevando el mensaje de Pamplona a España, y de España al mundo. Esta colaboración divina tiene su precedente en Radio Nacional, que interrumpió durante muchos años su programación para emitir el Ángelus: de una remota aldea de Asia, hace dos mil años, a España; y de España al cielo.

“Es la hora del Ángelus”, decía cada día Radio Nacional tras las señales horarias de las doce. Desde tiempos del abuelo Pachín hasta 1981, los españoles podíamos elegir con toda libertad entre oír a diario esta oración de sumisión de la mujer y su aparato reproductor a una voluntad ajena, o emigrar a Francia. A lo que hacía posible esa emisión radiofónica, junto a lo ocurrido aquellos últimos años en España, lo llaman ahora “el espíritu de la Transición”. Y a la libertad antes nombrada, añaden otras hermosas palabras como “tolerancia” y “convivencia” para que no se nos olvide la gran virtud política que supone oír, ver y callar.

Aquella Anunciación diaria de la hora del Ángelus en la radio pública cambia ahora por una anunciación anual en la tele pública en la que lo de menos es la grosera sustitución de san Gabriel por un chupinazo, algo que ya de por sí traería loco a Fra Angélico y le habría hecho mandar el Renacimiento a freír churros. Dos mujeres encendieron en Pamplona el chupinazo de una anunciación en la que no sale ninguna esclava de ningún señor, ninguna mujer dice hágase en mí según su voluntad, y, por si no está claro, “no” es “no”.

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