2/10/19

EL TAMAÑO DE LOS ANFITEATROS


Cada capítulo de la serie documental “La historia al descubierto” (Canal Historia) nos obliga a replantear esos lugares históricos comunes que, como se apunta en la introducción, tienen la piel dura y se resisten a dejar de formar parte de nuestra visión del pasado como un pelo insiste en agarrarse a un azulejo después de la ducha o el argumento ontológico de san Anselmo se empeña en no abandonar su papel en el debate filosófico en el tiempo de la posverdad. Tópicos históricos, pelos rebeldes y argumentos ontológicos exigen otros puntos de vista y un punto de valentía, como cuando Johann Cruyff decía que si un delantero rival era muy bueno desmarcándose lo mejor era no marcarle.

“La historia al descubierto” presenta con valentía otros puntos de vista sobre el supuesto genio militar de Hitler, la oportunidad de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, el valor real del Plan Marshall o el papel de Mao Zedong como arquitecto supremo de la China moderna, y se desmarca de los tópicos históricos a la manera de Cruyff, es decir, sin obsesionarse por marcarlos demasiado. Creo que el capítulo más interesante es el dedicado a las bombas atómicas, que no solo araña la superficie de las decisiones de Truman y mete el dedo en el ojo del emperador de Japón, sino que introduce otros puntos de vista a los que no se ha prestado suficiente atención, como la necesidad de dar un aviso al Ejército Rojo, a la Unión Soviética y a Stalin. Pero la reflexión sobre Hiroshima y Nagasaki me hizo recordar el careto de un historiador negacionista del Holocausto (perdón por el oxímoron) que pretendía demostrar que Auschwitz o Hiroshima no fueron moralmente peores que los sangrientos combates de gladiadores en la antigua Roma. Paul Veyne ya dejó claro que las luchas de gladiadores supusieron el asesinato apolítico de seres humanos en tiempos de paz como pura diversión, mientras que Auschwitz e Hiroshima fueron masacres políticas cometidas contra los que estaban fuera del grupo. No sé si a eso se le puede llamar progreso moral. En todo caso, las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki formaron parte de un repugnante juego entre dos países que ya habían ganado la guerra pero aspiraban también a gobernar la paz. Los anfiteatros son cada vez más grandes y más políticos.

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