20/12/17

CIEN COSAS QUE HACER CON UN COMUNISTA


Mercedes Fernández, presidenta del Partido Popular en Asturias, dice que los comunistas son pesimistas y, por lo tanto, tristes, mientras que ella (mujer de derechas, y tal y tal) es optimista. Interesante. Estoy con Fernández porque creo que uno de los males de la izquierda es que se ha dejado llevar por el optimismo, por el alegre asalto a los cielos, por el buenismo considerado como un arte político. La izquierda tiene que ser pesimista y dejarse de sentimientos, corazoncitos, sonrisas, abrazos, besos y vamos todos juntos de la mano en busca de arco iris. El delantero argentino Martín Palermo era conocido como “el optimista del gol” porque peleaba todas las jugadas hasta el límite, pero yo creo que Palermo era un gran delantero precisamente porque era un pesimista del gol. Palermo nunca daba un balón por perdido, es cierto, pero porque era tan pesimista que siempre creía que esa jugada imposible podía ser la mejor opción de marcar gol en un partido de mierda. La izquierda, como Palermo, tiene que pelear con uñas y dientes cada jugada como si de esa jugada dependiera el triunfo del proletariado y la derrota de los optimistas de derecha. Y con esto quiero decir que me gustaría ver una serie infantil con guiones pesimistas. Me parece que lo más cercano a esa serie pesimista es “El joven Sheldon”, y lo más alejado “100 cosas que hacer antes de ir al instituto” (Clan).

Al joven Sheldon Cooper le ocurría lo mismo que a Descartes, que sólo conseguía enfadar a sus compañeros cuando le preguntaban qué hacía a las once de la mañana en la cama y respondía: “Pensar”. Descartes se fue a vivir a Holanda porque decía que los holandeses estaban tan ocupados ganando dinero que le dejarían en paz. Se equivocó. El joven Sheldon sólo quería pensar en paz, pero su familia, sus compañeros, sus profesores  y sus vecinos no dejaban de fastidiarle. Como Descartes, Sheldon tuvo que largarse para que la vida no fuera un infierno. En cuanto a “100 cosas que hacer antes de ir al instituto”, reconozco que la serie es divertida, que CJ Martin es una niña encantadora y que con ella aprendemos cosas buenas acerca de la amistad, el amor y el compañerismo, pero el resultado final es tan optimista que creo que una de las cien cosas que deberían hacer nuestros niños antes de ir al instituto es no ver esa serie o, al menos, verla en compañía de un comunista. Un comunista de los antes, claro.

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