6/10/09

MAGIC TIMO


Parte 1 - Ay...

Resistí la tentación de comprar por teletienda la caña de pescar plegable que cabe en un bolsillo del pantalón y convierte cualquier jornada aburrida en un gran día de pesca lleno de sorpresas y amigos. Es extremadamente resistente, su tecnología impide que el hilo se enrede y viene con accesorios para pescar tanto en una alcantarilla como en medio del Atlántico, pero yo me mantuve firme. Aguanté el impacto que me produjo el sistema para limpiar a la vez las dos caras de las ventanas que vi anunciado en Teleshopping TV; a pesar del increíble precio que aparecía en pantalla; a pesar de que ya estoy harto de los métodos tradicionales que te obligan a asomarte al exterior y dificultan alcanzar las esquinas más alejadas; a pesar de los testimonios de tantas personas platicando con sus amigos sobre lo que ha mejorado su vida desde que limpian así sus cristales. Incluso controlé el fortísimo impulso de abalanzarme al teléfono para adquirir ese dispensador que se fija a la pared de la ducha e impide que se mezclen, se caigan o salgan con dificultad de sus botes el gel y el champú. ¿Que se me mete el jabón en los ojos, me agarro a la cortina, ésta cede ante mi peso, se rompe la barra del techo, me precipito al suelo, se inunda la casa y un cortocircuito incendia el vecindario? Todo menos comprar algo en la teletienda.

Pero con el Magic Bullet... ay... el Magic Bullet es demasiado rival para mí. Prepara cualquier plato en diez segundos o menos. Desde panecillos de bayas hasta pote de castañas, desde lubina a la papillote hasta esponjosas omelettes con salsa Alfredo. En lo que usted ha tardado en leer estas líneas se habría podido preparar la comida de dos semanas para cincuenta personas. Aguanté lo de la caña de pescar, lo del limpiador de ventanas, lo del dispensador de champú, pero para resistirme al Magic Bullet voy a tener que adoptar medidas extremas. A lo mejor no hay entradas en el blog durante los próximos días: estaré atado al sofá con las manos a la espalda. Y no intenten llamarme por teléfono: lo tendré desconectado para no marcar el número que aparece en pantalla.


Parte 2 - Ay, ay...

5/10/09

EL MUNDO POR ESPAÑA

Los viajes deberían ser conmutativos: igual que uno recorre el mundo, el mundo debería recorrerlo a uno. Y si ponemos la debida atención y respeto para que todo vaya bien, al final del proceso ambos podremos ser un poco mejores. “Españoles en el mundo” es un buen programa basado en una buena idea que nos hace viajar teniendo de cicerone a unos cuantos paisanos (compatriotas) a los que el viaje de la vida ha llevado a viajar sin estar de viaje. Para alegría de todos los televidentes de buena voluntad ha dado el campanazo desde su estreno; así que entre emisiones y reemisiones (¡todas en La 1 en horario de máxima audiencia!) llevamos casi un año recorriendo el mundo desde nuestras casas. ¿Consigue que el mundo nos recorra a nosotros? No del todo. Para ser plenamente conmutativo a “Españoles en el mundo” le falta un empujón, un complemento, un último trazo que lo haga redondo y perfecto: un programa gemelo que se llame “El mundo por España”.
“Españoles en el mundo” ya tiene la compañía de “Madrileños por el mundo”, “Andaluces por el mundo” y “Originarios de cualquier otra comunidad autónoma por el mundo”. Bueno, y de “Callejeros viajeros”. Pero todos repiten la misma fórmula del español cicerone que nos sube a la torre más alta de Toronto y nos muestra “Toronto ‘tó’, Toronto, Toronto entero”. Aquí pedimos que sean ciudadanos del mundo que trabajan en España los que nos enseñen nuestra tierra. ¿Saldremos tan bien parados con los que vienen a “quitarnos el trabajo” como salimos nosotros cuando “quitamos el trabajo” a otros? ¿Somos tan acogedores con los demás como nos gusta que sean los demás con nosotros? ¿Se sienten ellos tan a gusto aquí como nos sentimos nosotros fuera? Son preguntas que debería responder “El mundo por España”, “El mundo por Madrid”, “El mundo por Andalucía” y “El mundo por cualquier otra comunidad autónoma”. Bueno, y “Viajeros callejeros”.

4/10/09

LÁGRIMAS Y LÁGRIMAS LLORÓ, PORQUE AQUÍ EN MADRÍ ESTÁ LO MEJÓ

Ahora que ya pasó todo, habrá quien considere excesivo el despliegue de Madrid 2016: demasiados gastos de representación, demasiadas dietas y viajes pagados por nuestros bolsillos, demasiada propaganda y manipulación sensiblera, demasiadas manos coloreadas compartiendo la esquina del televisor, demasiadas horas de televisión insistiendo en lo mismo, demasiadas cadenas sacrificado sus informativos de sobremesa para seguir en directo la puesta en escena de la candidatura española, demasiados telespectadores aceptando sin rechistar que los telediarios se conviertan en un ejercicio de chauvinismo patrio. Pues de eso nada. Tanto esfuerzo habrá valido la pena si de él obtenemos una enseñanza fundamental para el resto de nuestra vida: la corazonada no es un criterio aceptable para distinguir lo verdadero de lo falso.

Anteayer aprendimos que es un error seguir a Descartes y tomar como verdaderas las corazonadas que se presentan tan clara y distintamente a nuestro espíritu que no hubiese ninguna posibilidad de ponerlas en duda. El criterio cartesiano de verdad saltó el viernes por los aires dejando claro que da igual que uno esté seguro de algo, que tenga una corazonada por muy íntima que sea, por muy subvencionada que esté o por mucho que diga “Yo creo, nosotros creemos” en inglés.

Es algo que ya habían dejado claro Marge y Homer Simpson:
- Homer, ¿Por qué no puedes aceptar que haya venido al baile con otra persona?
- Porque estamos hechos el uno para el otro. Normalmente cuando se me ocurre algo se me ocurren otras cosas a la vez; algo que me dice “sí”, algo que me dice “no”; pero ahora todo me dice “sí”. ¿Cómo puede ser que de lo único que he estado seguro en mi vida esté equivocado?
- No lo sé, pero así es.

En algo sí tenía razón Descartes: “Es prudente no confiar en nada que nos haya engañado alguna vez”. Fin de las corazonadas.

3/10/09

A QUIÉN LE IMPORTA GORKA

Está mil veces dicho: todos los programas tienen una ideología, nos venden una manera de ver las cosas, nos enseñan a entender el mundo de determinada forma. Normalmente lo que interesa a quienes hacen los programas es ganar dinero y la ideología de sus productos les da igual. Por eso podemos ver a personajes como Jorge Javier Vázquez defender con entusiasmo la telebasura de la que vive: en una tarde uno de sus programas deshace lo que un maestro de escuela trata de construir durante todo un curso, pero él gana bastante más, así que viva el tomate, la tomatuna y la tomatada.

En cambio hay otros –pocos– programas que se hacen con finalidad ideológica, vocación de servicio público y esas cosas tan pasadas de moda. “El coro de la cárcel” (noche de los lunes en La 1) nos acerca la vida de los reclusos con la sana intención de facilitar su reinserción. Ellos tienen una ilusión y nosotros, viendo sus afanes, dejamos de verlos como una amenaza y estamos más dispuestos a aceptarlos como iguales. Lo que no sé es si “El coro de la cárcel” se concibió con otra intención que sin duda cumple: contrarrestar la imagen tan habitual del delincuente atractivo, el chorizo simpático, el bandido encantador, el tipo duro que no respeta la ley al que todas las chicas quieren y todos los chicos imitan.

Los participantes de “El coro de la cárcel” son el contrapunto al Quimi aquél de “Compañeros”, al Iván de “El internado”, al Gorka de “Física o Química”. No son ángeles caídos porque nunca fueron ángeles, no tienen el encanto de los rebeldes sin causa que se enfrentan al mundo con una visión romántica de la desobediencia y la protesta, no son guapos y no visten a la última moda con un desaliño perfectamente estudiado. No causan fascinación ni son adorables ni despiertan el afán de emulación cuando cantan “A quién le importa”. Así que ahí lo tenemos: otro programa educativo que TVE emite en horario antiproletario.

2/10/09

INDHIRA EN SUMATRA

Quiero un debate después de cada "Miénteme", una tertulia tras cada "Doctor Mateo", un programa especial al término de cada "Tetas o paraíso" y "Sin física no hay química". Si hay que aguantar soporíferos programas especiales sobre los pelos del sobaco de Paquirri con motivo de la emisión telecinquera de "Paquirri", ¿por qué no una apasionada charla entre policías y periodistas del corazón tras cada "Bones"?. En algún sitio se acaba de emitir el último capítulo de "Prison Break", ¿y Jordi González se va a quedar callado sin ofrecer a su audiencia toda la verdad acerca de las aventuras de Scofield y los 3000 personajes secundarios de la trama?

Se dirá que las series citadas son de ficción mientras que la del torero y sus muheres cuenta una historia real que conmovió a la sociedad española. El que lo diga tiene una gran capacidad para contener la risa. Porque si hay algo que la televisión se pasa por el forro de sus rayos catódicos es la distinción entre realidad y ficción. Vemos una pelea entre Arturo e Indhira en "Gran Hermano’s Eleven", -que pertenece estrictamente al mundo de la ficción-, y nos sentimos como si estuviéramos mirando el patio de nuestro edificio. Vemos imágenes del terremoto de Sumatra en los informativos, -que pertenece estrictamente al mundo de la realidad-, y nos sentimos como si estuviéramos viendo una película de catástrofes. ¿Realidad y ficción? Telecinco acribilla su programación con tertulias sobre Indhira y no programa en prime time un debate para que Peñafiel nos desvele información privilegiada que él posee sobre lo ocurrido en Indonesia.

"Paquirri" nos narra una serie de hechos reales, de acuerdo, pero de hechos reales que sólo se vuelven reales a partir del momento en que nos los narra "Paquirri". Y en eso no es diferente de "Amar en tiempos revueltos", "La huella del crimen", "Cuéntame" o lo de la adolescente ésa que es modelo. Insisto: quiero una tertulia tras cada "Doctor Mateo" en Antena 3, que la historia de amor entre el Pixín y la Morcillo se merece tanto como lo del torero y la tonadillera.

1/10/09

TIENES RAZÓN, BELÉN



Por una vez, -qué rabia me da-, tengo que darte la razón, Belén Esteban: no tienen sentido que el Defensor del Menor fisgue en los usos indirectos que haces de la pixelable Andreíta en tu calidad de cyborgmaruja y luego mire para otro lado cuando se estrenan nuevas temporadas de horrores como "Tú sí qué vales", en donde se hacen usos directos humillantes de niños y preadolescentes bajo la mirada oxidada de sus padres o tutores. Di que sí, Belén: a lo mejor tú te has sacado unos durillos largando la vida de tu hija y sus elásticas relaciones con los miembros y miembrastros de su familia, pero eso es agüita comparado con el mal trato infringido a ese chavalín al que quién sabe qué adulto de pegajosas intenciones convenció o consintió para que apareciera en el escenario del "Tú sí que vales" haciendo algo que llamó "bailar" ante el 18,4% de España. Y después salió otro crío con su padre blandiendo un hacha y despedazando un tronco. Y luego una niña, -"qué mona, qué mona, por favor"-, cantando una canción de amor. No nos consta que el Protector de Defensor del Menor haya abierto ningún tipo de expediente.

Y debería haberlo hecho, porque lo menos que se puede exigir a coñazos como el perpetrado por Llácer y Galera es que si utilizan a menores para hacer caja tengan la mínima decencia de difuminar, pixelar o emborronar sus caras durante las actuaciones para proteger su intimidad. ¿A que sí, Belén? ¿No obligan a todo el mundo a que tu Andreíta tenga siempre por cabeza una nubecita gris cada vez que aparece fotografiada en un medio público? ¿Acaso no hay tecnología actualmente capaz de oscurecer una cara que se mueve en un programa en diferido? ¿No hubiera sido más digno no poder reconocer el rostro de la niña, -"qué mona, qué mona, por favor"-, que cantaba o del aizcolari junior? ¿Por qué el Cuidador del Protector del Defensor del Menor no exigió que se pixelase la cabeza del doceañero que intentó bailar y, -ya puestos-, a continuación le abrió un expediente a su padre? Yo tampoco lo entiendo, Belén.