24/7/18

CHÚPATE ESA, ITALIA


Nos alegra tanto la desaparición de Aída Nízar que nos alarma ser tan malas personas. Sin Aída La Engreída intoxicando la tele desde Mediaset —capital Telecinco—, la vida mejora tanto que resulta preocupante. ¿De verdad somos tan egoístas que solo nos interesa nuestro beneficio sin importar cómo afecta a los demás? ¿Tan malvados que somos capaces de alegrarnos del mal ajeno? ¿Tan, en fin, como Aída Nízar? Mejor buscar alguna razón con la que justificarnos para escudar nuestra mala conciencia.

1. Nos alegramos de la desaparición de La Engreída porque emigrar es maravilloso. Su trabajo de experta en los residuos que acumula su propio ombligo atravesaba un bache, así que está bien que busque curro en Italia sin quedarse a engrosar el paro y los costes sociales. ¿Valdrá así? Creo que no. Suena a excusa. Hay que disimular mejor.

2. Nos alegramos de la desaparición de La Engreída porque su marcha al “Grande Fratello” italiano no es un ejemplo más del doloroso exilio de jóvenes talentos que tras años preparándose para tener un buen currículum han tenido que irse en busca de un trabajo cualificado en el que las condiciones laborales y económicas sean acordes a su valía. Es cierto: ni es joven, ni tiene talento, ni está preparada, ni tiene un buen currículum, ni encontró un trabajo cualificado, ni sus condiciones laborales y económicas son acordes a su valía; pero sigue sonando a excusa.

3. Nos alegramos de la desaparición de La Engreída porque su marcha a la telebasura italiana tiene algo de justicia poética. El modelo de televisión hortera, cotilla y chillón llegó a España trasplantado del creado por Silvio Berlusconi para construir su imperio mediático. Un modelo televisivo que dice buscar solo el entretenimiento, pero cuya profunda carga política se evidenció cuando sirvió de trampolín para el lanzamiento de Berlusconi a primera línea de la política italiana y europea. Que se fastidien ahora en Italia y aguanten sus broncas en la casa, sus maleducadas autopromociones bañándose en la Fontana di Trevi, sus ridículas disculpas a la poli (“Pero, ¿no sabéis quién soy? ¡Yo trabajo en la televisión!”), y sus estúpidos accidentes de moto mientras se graba conduciendo sin casco. Que se la queden para siempre.

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