Miguel Ángel Revilla, Belén Esteban, casaos. Casaos, casaos, de verdad. Casaos entre vosotros, digo, el uno con el otro. Como se casaron Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, como se casaron Margarita de Dinamarca y Jacobo de Escocia. Casaos por motivos dinásticos, o diplomáticos, o territoriales. Casaos y habréis unificado bajo vuestra corona el reino de la televisión. No se pondrán los mandos a distancia en vuestro imperio catódico. La casa de los Esteban-Revilla-Hannover-Wessex. La dinastía de los Revilla-Esteban-Hohenzollern-Anjou. El fin de la historia. La única alianza que puede enfrentarse a Netflix.
Ambos estáis atravesando vuestros mejores momentos mediáticos. Su majestad, Belén, encara el que con seguridad será un annus mirabilis -u horribilis, que en el mundo de la andaluza la maravilla y el horror acostumbran a ser indistinguibles-. Y su alteza, Miguel Ángel, continúa su paseo militar por cuantos platós coloca en el punto de mira. El pasado sábado el prime time de Mediaset estuvo dedicado mayoritariamente a la reina Esteban, mientras que el prime time de Atresmedia dedicó hora y media al rey Revilla. ¿Tenía algo nuevo que decir Revilla? No, claro. ¿Descubrimos algo sobre Esteban que no supiéramos? En absoluto, sólo faltaba…
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