
Al final ganó la televisión. La pequeña pantalla venció a la grande. No porque su formato sea más virtuoso o sus contenidos más interesantes. La victoria de la televisión es la victoria del egocentrismo, la única fuerza invencible hoy en día. Es la victoria del ciudadano viendo a solas un capítulo de una serie mientras su hijo ve a solas una película y su pareja ve a solas un documental. Es la derrota de los actos en común, de las negociaciones. Podemos tenerlo todo pagando el pequeño precio de no tener nada. No se niega la calidad de los contenidos de Netflix. Se niega que esa calidad sea la explicación de su victoria sobre las salas de cine.
Con los mejores actores, directores y guionistas del mundo, esta plataforma ya produce en la actualidad el doble de largometrajes para televisión de los que produce Hollywood para las grandes salas. Nos costará explicar a nuestros hijos que hubo un tiempo en el que la gente salía de sus casas y se reunía por centenares para ver juntos una película en una pantalla de ochenta metros cuadrados. Ese pasado extravagante terminó el 8 de septiembre de 2018 con el premio al largometraje de Cuarón. Se acabó esperar meses a que las grandes películas “lleguen” a la televisión: a partir de 2020 será ahí donde se estrenen las que vayan a ganar los Oscars de 2021.
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