29/12/18

GUATEPEOR


Como cada día en el mercado, el papá se tropezó con la muerte. No se alarmó, estaba habituado a aquel semblante de ojos fríos. Temía más al séquito que la precedía. La miseria, la violencia, la desigualdad y la injusticia le helaron el alma. Como cada día.
—Huiremos de aquí. Buscaremos refugio en ese lugar feliz que nos muestra el televisor, dijo al volver a casa.

Cientos, miles de papás, cansados de sentir cada día el mismo escalofrío en el mercado, tomaron la misma determinación. Pero no disponían de caballos, como los que aquel bondadoso príncipe prestó a su atemorizado jardinero para huir a Ispahán. Ni de un viento mágico como el que el profeta Salomón mandó para llevar a aquel hombre asustado desde su palacio hasta la lejana India. Solo tenían sus pies y su pobreza.
—Iremos caminando. Allá tendremos una nueva vida.

Caminaron hacia el norte. Cientos, miles de pies grandes y pequeños formaron largas caravanas que iban hacia el mayor mercado del mundo. Lo habían visto en la tele y en él no tendrían que sufrir los desagradables encuentros que a diario tenían en el mercado de su tierra. Cada paso grande, pero también cada pasito pequeño, los llevaba un poco más lejos. Y cada frontera superada, cada Estado recorrido, los dejaba un poco más cerca.

Después de brincar la última frontera quedó atrás lo más difícil. Al fin bajo la custodia de la policía fronteriza y de las autoridades migratorias de los Estados Unidos, estaban en buenas manos. Habían logrado finalizar su periplo de miles de kilómetros. Pero el lugar no era como en la tele. La miseria, la violencia, la desigualdad y la injusticia estaban allí, sentadas, esperándoles. Dos niños nicaragüenses vieron, además, cómo la muerte los había ido a recoger. Y aquel semblante de ojos fríos se los llevó, esta vez a grandes pasos de siete leguas, de nuevo a Guatemala. Ni siquiera puso cara de sorpresa al verlos allí, tan lejos de sus casitas.

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