8/5/19

JUEGO DE HOMERO


En una célebre conversación sobre religión entre los intelectuales ateos Richard Dawkins, Christopher Hitchens, Daniel Dennett y Sam Harris, este último recuerda que cuando el islamista radical Sayyid Qutb, el “filósofo” (ejem) favorito de Osama bin Laden, vivía en Estados Unidos, se dio cuenta de que los estadounidenses invertían el tiempo en chismorrear acerca de las estrellas de cine, recortar setos y codiciar los coches de los demás, y concluyó que tal banalidad materialista tenía que ser destruida. Harris, al hilo de las observaciones de Sayyd Qutb pero absolutamente lejos de sus medios y fines, lamenta que lo que hoy fascina a buena parte de los ciudadanos en su día a día tiene algo de trivial y horrible, y que en vez de dedicarnos a cosas sabias y provechosas estemos sumidos en una distracción perpetua. No sé si Harris incluiría en esa distracción perpetua a la serie “Juego de tronos”, pero no creo que sea justo.

¿Las discusiones acerca de si el tercer capítulo de la octava temporada de “Juego de tronos” es demasiado oscuro (en sentido más físico que metafísico) están al nivel de los chismorreos? ¿Los análisis sobre quién muere en la brutal batalla contra los Caminantes Blancos tienen tanta chicha intelectual como recortar setos un domingo por la mañana? ¿El poder que tanto codicia Daenerys Targaryen es tan banal como codiciar el coche del vecino? ¿Los capítulos de la última temporada de “Juego de tronos” no son más que el último eslabón, hasta que empiece el siguiente, de esa fascinación por lo trivial y por lo horrible que nos mantiene encadenados y distraídos en la caverna de Platón? No pretendo colocar a los chismorreos cinéfilos, los setos dominicales y los coches lujosos a la altura de las tramas de Shakespeare, el laberinto de setos de “El resplandor” o los diseños de Leonardo da Vinci, pero a lo mejor no es descabellado decir que los guiones de “Juego de tronos” pueden ser para nosotros lo que los poemas de Homero fueron para los viejos griegos. Bueno, sí, es descabellado. Pero el diálogo entre Sansa y Tyrion en la cripta es sabio y provechoso, y tan trivial y horrible como podría ser el diálogo entre Héctor y Aquiles bajo las murallas de Troya. 

Algo tiene “Juego de tronos” que engancha hasta a los que nos perdemos con tantos personajes y tantas intrigas. Es como escuchar la “Ilíada” de Homero sin saber griego clásico. No se entiende nada, pero suena bien. Y nos duele que termine.

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