29/5/18

LIMONES Y DRAGONES


El primer capítulo de “La catedral del mar” (Antena 3) prácticamente comienza con la espeluznante violación en “off” de una campesina y termina con el horrible azotamiento en vivo y en directo de una sirviente. En el medio, los espectadores asistimos a las aventuras y desventuras de un pobre diablo que, como el personaje interpretado por Anthony Quinn en “La hora 25”, es traído y llevado por unas circunstancias ante las que sólo es posible someterse, adaptarse o, con mucha suerte, esquivar para caer atrapado en otra red de circunstancias puede que todavía peor. Estamos en el siglo XIV. No se trata de discutir si la ambientación de “La catedral del mar” está bien o mal conseguida (el nivel de “La peste” es casi insuperable), si aspectos como el derecho de pernada o las relaciones de vasallaje están bien reflejados, si los actores van vestidos con ropas de aspecto medieval o parece que están disfrazados de figurantes en una de esas ferias medievales que desquician a Sheldon Cooper, si las escenas rodadas en exteriores son o no convincentes, si la serie es fiel al libro de Ildefonso Falcones en que se basa o si la duración del capítulo (una hora) es una da las razones de que se vea sin que decaiga el interés. En el caso de “La catedral del mar”, se trata más bien de que la serie, en su crudeza, funciona.

Las sensaciones crudas como el hambre, un dolor punzante o el golpe de los celos son inmediatas, efímeras e implican poco pensamiento. “La catedral del mar” está llena de sensaciones crudas que funcionan muy bien, puede que incluso mejor que en algunos capítulos de “Juego de tronos”. El problema, si es que es un problema, es que los personajes no permanecen como no permanece el hambre después de saquear la nevera. Bernat Estanyol no puede competir con los dragones de “Juego de tronos” o con la persistente y pura maldad de Cersei Lannister. Tampoco lo necesita No hay sensaciones crudas en el vuelo de un dragón o en la sonrisa de Cersei, pero sí hay una cruda y terrible sensación que provoca una inevitable reacción física después de cada chasquido del látigo de Grau Puig, como la hay cuando chupamos un limón especialmente ácido.

“La catedral del mar”, como el siglo XIV, está más cerca de los limones que de los dragones.

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