6/5/18

LA GRANDEZA DE LOS PIONEROS


Cuesta trabajo imaginarlo ahora, pero durante los años en los que Jose María Íñigo llevó a cabo la parte más destacada de tu trabajo, la televisión no era ni buena ni mala. Sólo era televisión. No había ni buenos ni malos programas, ni buenos ni malos presentadores. Sólo había programas y presentadores. Era un tiempo de inocencia, de cándidas audiencias de ocho dígitos que no tenían ni elementos de juicio ni posibilidad de ejercerlo ante la aparición de un nuevo invento que cambiaría para siempre la sociedad de la forma más rápida y radical que vieron los tiempos. Ayer todos los medios se deshicieron en halagos ante la tristísima noticia del adiós de Íñigo -Íñigo era Íñigo, a secas; que se llamaba José María lo descubrimos años después en la radio con Pepa Fernández- y pudimos leer decenas de adjetivos elogiosos referidos a su trabajo. Todos eran ciertos. Pero la principal medida de su obra es que no necesita ser adjetivada para apreciarse su grandeza. Es la grandeza de los pioneros, los que lo iniciaron todo sin referentes previos a los que compararse. No hicieron las cosas ni bien ni mal. Llegaron y las hicieron.

Cristóbal Colón no fue un gran descubridor. Ni Francisco Romero, un gran torero. Son los que vinieron después los que pudieron ser excelentes o deficientes por su capacidad para rehacer o superar “Estudio abierto” o “Directísimo”. Cuesta trabajo imaginar ahora la magnitud que alcanzaban durante los años setenta nuestras estrellas de la televisión, gracias a su novedad y al régimen de cadena única. Íñigo era como multiplicar hoy en día a Pablo Motos por Mercedes Milá y por Ana Rosa. Una figura de una popularidad descomunalmente gigante. No habíamos llegado todavía los críticos de televisión para dividirlo todo en buenos y malos, y para los espectadores de entonces figuras como él eran referentes más vitales que profesionales, más afectivos que utilitaristas. Para muchísimos de nosotros nunca dejó de serlo, por lo que su fallecimiento tiene un significado colectivo en nuestro país, una pena que ayer se respiraba por todas partes. No hay mejor prueba de su grandeza.

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