4/4/18

ENHORABUENA, MÁXIMO


TVE programó la película “Gladiator” la noche del Jueves Santo. No fue “Ben-Hur”, ni “Quo vadis”, ni “Los Diez Mandamientos”, ni siquiera la deliciosa (y odiada por Paul Newman) “El cáliz de plata”. La elegida fue “Gladiator”, con el imponente general Máximo interpretado por Russell Crowe poniendo orden en el Imperio desde la arena del Coliseo, con Cómodo haciendo bueno al Nerón poeta y pirómano de “Quo vadis”, y con el emperador-filósofo Marco Aurelio siguiendo el canon del filósofo de cine. Ya es oficial: “Gladiator” es el nuevo clásico del cine de Semana Santa a pesar de que, como en el “Espartaco” de Kubrick y Douglas (Espartaco murió en el siglo I a. C.), no salen los cristianos.

La imagen de Marco Aurelio que nos transmite “Gladiator” se resume en la escena en que el emperador recibe a Máximo mientras está trabajando en su estudio de campaña. Marco Aurelio es un hombre viejo y cansado, y pregunta: “¿Por qué estamos aquí, Máximo?” Máximo responde a la pregunta del emperador tirando de manual: “Por la gloria del Imperio”. Marco Aurelio insiste: “¿Qué es Roma, Máximo?”. Y Máximo, un poquito enfadado, dice: “He visto mucho del resto del mundo. Es brutal, es cruel y oscuro. Roma es la luz”. La respuesta de Máximo es interesante, aunque también podríamos decir al general que Roma siempre buscó el interés propio de la forma más brutal, pero Marco Aurelio va por otro lado: desde que se convirtió en emperador ha tenido “cuatro años de paz entre veinte de guerra”. ¿Y para qué? Las palabras finales de Marco Aurelio son de total desesperanza: “He aportado la espada. Nada más”. Marco Aurelio se pregunta en “Gladiator” cómo será recordado: “¿Como el filósofo? ¿El guerrero? ¿El tirano? ¿O más bien como el que devolvió a Roma la libertad restaurando la república?”. Cualquier posibilidad sería históricamente válida... excepto la última. Pero, ahora que “Gladiator” se ha convertido en un clásico (ya veremos si a la altura de “Ben-Hur” en el altar popular), hay que decir que Marco Aurelio no será recordado como el filósofo, ni como el guerrero, ni como el tirano, ni como el hombre que restauró la república en Roma, sino como el tipo que pretendió hacer de Máximo el salvador de Roma y que, por ello, murió asfixiado contra el pecho de su desagradable hijo Cómodo. El cine da y el cine quita. Y el cine nos ha quitado al Marco Aurelio filósofo, guerrero, tirano o libertador y nos ha dado un general-gladiador inmortal para el Jueves Santo: “Mi nombre es Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del Norte, general de las legiones Félix, leal servidor del auténtico emperador Marco Aurelio. Padre de un hijo asesinado, esposo de una mujer asesinada. Y alcanzaré mi venganza, en esta vida o en la otra”.

Lo has conseguido, Máximo.

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