20/5/11

QUE LA CALLE NO CALLE

¡Ah, quién viera a Platón de contertulio de “59 segundos”! El miércoles por la noche hubiera despachado en un pispás el caso de Dominique Strauss-Kahn, hasta ayer director del Fondo Monetario Internacional: quien no se guía por el alma racional (alojada en la esférica cabeza) sino por el alma concupiscible (que se aloja en el bajo vientre, no entremos en detalles), no puede ser gobernante. ¿Y qué hubiera dicho sobre el movimiento popular del “15-M” al que se dedicó fundamentalmente el programa de anteayer? Parece ser que el viejo sabio Stéphane Hessel dijo “¡Indignáos!” y unos cuantos le hicieron caso indignándose. Platón lo tendría claro: se indignan, luego son los guardianes del Estado.

Cuenta el bueno de Platón que la indignación es una noble pasión que experimentan quienes no consienten la injusticia. En estas personas se da el ánimo necesario para defender con decisión lo justo. Por ello, su virtud es la fortaleza: el coraje de la voluntad para hacer aquello que la prudencia dicta como correcto. Que la policía pueda desalojar a estas personas indignadas que ocupan la calle desconcertaría a Platón porque, según él, son precisamente ellas quienes deberían ser la policía. Después de todo, son ellas quienes tienen el valor de indignarse velando para que en el Estado no prevalezca la injusticia y se busque el bien común en vez del bien de unos pocos.

Pero una cosa son los guardianes y otra cosa son los gobernantes. En nuestro sistema (no platónico) los gobernantes somos todos. De uno en uno puede que no seamos tan sabios como quisiera Platón, pero, como pasa en los hormigueros, entre todos no resultamos tan tontos. 15-M no pide el voto para ningún partido, pero piden que nos pensemos el voto y seamos responsables. Nadie debería enfadarse por esto. De hecho, en todas las convocatorias electorales la Iglesia da sus criterios para que los creyentes piensen su voto y, afortunadamente, nadie propone desalojar las reuniones de la Conferencia Episcopal. Hasta hace unos días por la calle sólo se oía la megafonía de los partidos pidiendo el voto. Ahora se oyen otras cosas. Hablemos todos, que la calle no calle.

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