8/5/11

PROPAGANDA Y PUBLICIDAD



Les propongo un pequeño juego. Yo les describo un anuncio publicitario y ustedes tienen que adivinar cuál es el producto que vende. Venga, vamos. Una niña y su padre están trabajando en una mesa de una sala de estar. La niña hace un dibujo muy colorista, como muestran ciertos primeros planos del mismo. El padre parece estar escribiendo en una libreta. Suena una música emotiva y tierna de fondo que da a la escena un tono entrañable. La calidad de la imagen es excelente; los colores son cálidos, la ropa de los dos personajes hace juego con el entorno; la realización recuerda al cine de Hollywood. La niña pregunta al padre si él va también a la escuela. El padre contesta que no, que ahora no trabaja, pero que está intentando reunir dinero para montar un negocio. Entonces la niña se levanta y va a su habitación. Apila unas cajas para poder subirse a ellas y alcanzar lo alto de un armario. Vuelve a la salita y le entrega al padre lo que parecen ser billetes de pega de algún juego de mesa. “Quédatelos”, le dice con su vocecita de niña, y el padre, feliz ante el gesto de su hija, la abraza de forma cariñosa mientras la música sube de intensidad para provocar que la emoción de la escena también suba de forma semejante. Llega ahora la pregunta: ¿qué anuncia el spot? Les daré cuatro opciones: a.- una nueva marca de productos de higiene femenina; b.- las ofertas de temporada de un operador de telefonía móvil; c.- galletas; d.- un partido político que pretende ganar votos para las elecciones del 22 de marzo.

Ya saben la respuesta, ¿verdad? La más insospechada. La más delirante. La que más asco da. La que más enmierda el mundo de la política y la sociedad pública en la que casi todos queremos vivir. Hubo un tiempo en el que los partidos querían que los votásemos; ahora quieren que los compremos. No sé exactamente cuándo la propaganda política de los grandes partidos nacionales se hizo indistinguible de la publicidad de coches, colonias o rollos de papel para el culo, pero me sería fácil averigüarlo recordando cuándo decidí no votar en mi puta vida a ciertos partidos.

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