17/2/14

ACONSEJO BEBER HILO

Como no lo había conocido en vida, Gloria Fuertes aprovechó la ocasión que le ofreció La 2 para poder charlar un rato con Antonio Machado. No era una de sus principales influencias, pero de una forma u otra Machado era un referente para todos los poetas españoles de la segunda mitad del siglo. Sabía que coincidencias como ésta ocurrían pocas veces durante esa vida rara del recuerdo que le sucede a algunas personas durante unos años después de la muerte biológica. La televisión pública ofrecía en la misma semana dos bellísimos programas sobre poesía: uno dedicado a Machado con motivo del 75 aniversario de sus tristísimos días finales en Colliure -“Yo voy soñando caminos”, en “Crónicas”-; el otro dedicado a ella misma. Juan Carlos Ortega se había encaprichado de su “Nota autobiográfica” y le dedicaba una de sus “mitades invisibles”. Seguro que si se espabilaba conseguiría encontrarse con don Antonio y tomar un café con él hablando sobre poesía.

Justo antes de “La mitad invisible”, Fuertes vio al fondo del pasillo de la programación a Machado que marchaba; dejó a Ortega con la palabra en la boca y caminó hacia el poeta sevillano con pasos decididos y largos, agarrando con fuerza un ejemplar de sus “Obras incompletas” y otro de “Mujer de verso en pecho”. “Don Antonio, qué placer. Perdone que le moleste, soy una poeta que escribió versos treinta años después de su muerte. Para mí significaría mucho poder entregarle esta muestra de mi obra”. Machado se sintió inicialmente intimidado por el ímpetu de esa extraña mujer. La observó y comenzó a relajarse cuando advirtió que ambos llevaban unas corbatas parecidas. “No, por favor. El gusto es mío”, y tomó los dos volúmenes en sus manos. Temblaba. Olía a tabaco. Ortega la llamó desde el comienzo del pasillo. “He de irme”, dijo Gloria. Quiso abrazar a don Antonio pero la timidez del poeta la cohibió también a ella. Se miraron a los ojos y no entendieron nada el uno del otro. Quizá los dos fueran escritores, pero también eran unos completos desconocidos. Durante un segundo se amaron con un cariño militante, resbaladizo y sepia.

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