27/3/18

SER MUY BUENO EN SER MUY MALO



La publicidad funciona. Nos influye más de lo que podemos imaginar. Cambia nuestros gustos sin que nos demos cuenta. Yo, por ejemplo, llevaba décadas bebiendo con frecuencia una determinada marca de cerveza. Ésa que tiene doble malta, doble lúpulo. Doble de todo. ¡No habré disfrutado yo veces tomándome una de ésas! Y últimamente, no sabía por qué, noto que me gusta menos. Sí, sigue estando bien, pero… Incluso -qué raro- me siento incómodo al pedirla en los bares. Un poco ridículo, un poco agilipollado. La mayor parte de las veces justo cuando va a salir el nombre de la marca por mi boca, cambio de opinión y pido cualquier otra.

Hasta que me di cuenta de lo que estaba ocurriendo. ¡La nueva campaña publicitaria de Voll-Damm es tan buena que me está cambiando los gustos por esa cerveza! ¡Pero a peor! Quiero decir, la nueva campaña publicitaria de Voll-Damm es tan buena en ser tan mala que está consiguiendo influirme de forma muy notable. La idea argumental es tan tonta, la resolución tan inconsistente, cada línea de guion es tan ridícula que me están cambiando la respuesta de las papilas gustativas. El topicazo del malote Luis Tosar haciendo de malote porque como es muy malote bebe esa cerveza y como bebe esa cerveza es muy malote está ya tan gastado en su infinito aburrimiento que ha conseguido que mi córtex verbal quede bloqueado cada vez que me acerco a una barra a pedir una cerveza.

Es cierto que habitualmente las campañas publicitarias buscan que los gustos por las marcas anunciadas cambien a mejor, pero, como prueba de la eficacia de la publicidad, también es un mérito destacado haber conseguido cambiar a peor un gusto que tuve tan arraigado durante décadas. Si yo fuera un empresario de la cerveza me iría a mi bar más malote, pediría mi cerveza más malota y llamaría por teléfono a estos publicistas para encargarles una campaña publicitaria. Concretamente, una campaña publicitaria para la competencia.

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