8/6/16

ELOGIO DEL APELLIDO


Me niego a votar a Albert. Ni a Pablo. Ni a Pedro. Me niego a votar a Mariano. Por mucho que se empeñen Trancas y Barrancas y Bertín. Aunque me intenten convencer de ello Inés, Íñigo, César o Soraya. No recuerdo durante la Transición haber votado jamás a Santiago, ni a Manuel, ni a Adolfo, ni a Felipe. No recuerdo haber visto debates entre José Luis y José María, ni entre Alfredo y Mariano. El otro día “Salvados” nos ofreció el primer debate electoral de esta nueva campaña y el programa se llamó “Albert y Pablo, partido de vuelta”. De acuerdo con el empalague irrespirable de cursilería que se ha convertido en la identidad de la nueva política, el programa comenzó con un corte de Pablo en el que se le oía declamar “la ternura es la llave del cambio” y con otro de Albert en que rezaba “sueño con una España en la que la gente nos demos la mano”. Y a continuación desplegaron ambos durante una hora y cuarto el catálogo completo de falacias, cuartos de verdades, trucos retóricos y trampas emocionales que componen el vademécum de cualquier convencedor profesional, desde políticos a vendedores de coches.

El apellido nos conecta con nuestros orígenes y articula nuestro encaje en la sociedad, su variedad hace que sea mucho más identificativo que el nombre de pila, tiene una textura jurídica y política de la que carece por completo éste. El apellido es público, por tanto, social; el nombre de pila es privado, por tanto, individual. El nombre de pila es eficaz y necesario en un uso familiar, amistoso, íntimo. Su presencia en la política no obedece más que a la farsa demagógica de fingir tal cercanía imposible entre el elector y el elegido, copiada directamente de la publicidad de El Corte Inglés y McDonalds, y en la línea de otras degeneraciones semánticas cursis actuales como los "amigos de facebook" o los "derechos de los animales".

Por eso prefiero votar a Rivera que a Albert, a Iglesias que a Pablo, a Sánchez que a Pedro, a Rajoy que a Mariano. Y espero que el próximo presidente del gobierno sepa distinguir “El hormiguero” de “El objetivo” y vea en mí a Rico antes que a Antonio.