
Telecinco estrenó el lunes “11-M”, una miniserie que reconstruye el antes y el durante del 11-M y que pone cara y vida a los que sufrieron las bombas, el fanatismo y la ignorancia de unos pocos. Sin sangre. Sin aspavientos. Sin trenes retorcidos y cuerpos destrozados. No es una miniserie de acción y misterio. Es la disección de un atentado y la oportunidad de recordar a las personas que perdieron la vida en un tren que no iba hacia el norte, como los de Sabina, sino hacia la vida cotidiana. Como el sabor de una fabada hecha con cariño y buenos productos o la felicidad de un niño que se baña en el mar vigilado por sus padres, el respeto a los hechos y a las víctimas está garantizado en una serie bien realizada, mejor pensada y excelentemente resuelta. La pregunta es si siete años son suficientes para soportar la brutalidad del 11-M. Todavía hoy es difícil ver sin desmoronarse una película como “La solución final”, que reconstruye la conferencia de Wannsee (20 de enero de 1942) donde se decidió la llamada “solución final” contra la población judía en Europa. ¿Podemos soportar la reconstrucción de la solución final de Atocha sólo siete años después de los atentados terroristas del 11-M?
En dos capítulos de 80 minutos cada uno, “11-M” nos pone a prueba.
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