5/10/16

EL NAZI Y LA LUNA


La película “The Eichmann Show” (DCine) es sobrecogedora porque la mezcla de imágenes reales del juicio en Jerusalén al nazi Adolf Eichmann, responsable de la llanada “solución final” al problema judío, con las tripas de la grabación de un juicio que se convirtió en un producto televisivo que tuvo que competir por la audiencia con el primer viaje espacial de Yuri Gagarin puede dejar mal cuerpo y un bonito lío en la cabeza. Leo Hurwitz, el director del “show”, está obsesionado con Eichmann porque el criminal nazi no se inmuta ante las terribles acusaciones que el fiscal desgrana contra él, y obliga a que las cámaras graben primeros planos de Eichmann porque espera que se derrumbe y, así, el mundo entenderá que todos somos capaces de hacer las cosas que hizo el teniente coronel de las SS, y resistiremos la tentación. La idea de Hurwitz es parecida a la tesis de la banalidad del mal que la filósofa Hannah Arendt desarrolló precisamente a partir del juicio de Eichmann, pero los seres humanos somos algo más que ejecutores en potencia de crímenes contra la humanidad. Somos astronautas en potencia, exploradores del universo, animales curiosos que se admiran ante el cosmos. Por eso está bien reflexionar acerca de la condición humana después de ver “The Eichmann Show”, siempre que no olvidemos que, si todos podemos ser Eichmann, todos querríamos ser Neil deGrasse Tyson.

La entrevista en “Cuando ya no esté” (#0) de Iñaki Gabilondo al gran astrofísico y divulgador científico heredero del inmortal Carl Sagan, mostró a un DeGrasse Tyson optimista, alegre, lúcido y, por supuesto, sabio. Tyson habló, como hace muchos siglos hizo Aristóteles, de la admiración ante las cosas del mundo como motor de la investigación científica, pero sin perder de vista la economía y los intereses políticos que contribuyeron, por ejemplo, a que los Estados Unidos pudieran enviar un hombre a la Luna en el plazo prometido por el presidente Kennedy. Mientras escuchaba a Tyson, pensé que Kennedy era como George Bailey regalando la Luna a Mary después de atraparla con un lazo en la maravillosa “¡Qué bello es vivir!”, pero no por amor sino por la carrera espacial con la Unión Soviética. Es importante no olvidar a Eichmann y todo el horror y maldad que produjo el nazismo, pero es más importante todavía escuchar a tipos como Tyson e irse a la cama no con el rictus de Eichmann en su juicio en Jerusalén, sino con la sonrisa de George atrapando la Luna con un lazo para regalársela a Mary, como hizo Neil Armstrong siete años después de que ahorcaran a Eichmann.

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